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Inclusión y modernidad

22/01/2022
 Actualizado a 22/01/2022
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El periodista Félix Ovejero dijo en su momento: «La perversión del léxico político no es un vicio, es un procedimiento». Muchos han sido los intentos de algunos por instaurar en nuestro lenguaje cotidiano ciertos usos relacionados con la supuesta función inclusiva del lenguaje. De hecho, cada vez es más habitual que un orador se dirija al público de forma trigénero: ‘Chicos, chicas y chiques’. Se ha solicitado a la RAE esta opción diferencial y la RAE ha respondido afirmando que ‘el lenguaje inclusivo’ es un conjunto de estrategias que tienen por objeto evitar el uso del masculino genérico gramatical, «mecanismo fuertemente asentado en la lengua y que no supone discriminación sexista alguna», sino que responde a un principio básico que la Academia debe proteger, el principio de economía léxica. Una idea es más clara cuanto más reduzcamos el número de palabras necesarias para expresarla.

Y es que el lenguaje es un instrumento perfecto para manipular a la población. A los políticos no les basta con vigilar lo que pagamos, gastamos, ahorramos o dilapidamos. Necesitan también controlar lo que comemos, lo que decimos y hasta lo que pensamos. La libertad ha muerto. Y lo ha hecho en Twitter a través de una enfermedad muy común: ‘la ofendiditis’.

Actualmente hay palabras tabú que se sienten culpables independientemente del contexto en el que se pronuncien o la intención y el tono que las acompañe. Creo que ahí precisamente radica el error. Si bien algunos términos desde su nacimiento tienen connotaciones humillantes, otras no, simplemente designan a cierto grupo de individuos. La oración ‘escuchemos a ese hombre negro’ no tiene nada de malo, pero si decimos ‘trabajé como un negro ayer’, sí resulta ofensivo. Potenciemos más la inteligencia emocional y dejemos tranquila a la Lengua y sus principios. Las palabras no ofenden solas, ofenden quienes las usan como herramientas lapidarias.
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