"Hay muchas maneras de vivir la Semana Santa, tantas como papones"

Entrevista a Javier Revilla, pregonero de la Semana Santa de Valencia de Don Juan

T.G.
13/04/2022
 Actualizado a 13/04/2022
Javier Revilla, en el centro, durante el acto en el que ejerció de pregonero de la Semana Santa coyantina. | L,N.C.
Javier Revilla, en el centro, durante el acto en el que ejerció de pregonero de la Semana Santa coyantina. | L,N.C.
Un serrón cortando madera. Una gubia tallando. Un martillo golpeando un clavo. Estos sonidos se reprodujeron en el pregón de la Semana Santa de este año de Valencia de Don Juan. Fue el que el coyantino e historiador Javier Revilla (coyantino delante, porque no lo puede llevar más a gala) quien hizo a los asistentes viajar 350 años atrás en el tiempo. Se coló en el taller del imaginero Francisco de Castro Canseco, en Valderas, quien fuese creador del Cristo Yacente de Valencia de Don Juan. Y así repasó importantes aspectos de la Semana Santa de su pueblo y del sur de León. Entre los sonidos que puso, el de las horquetas golpeando en el suelo durante la procesión del entierro. Él es uno de los braceros que puja por la urna, que golpea la horqueta. Que lleva la Semana Santa en el corazón, justo al lado de su pueblo, de Valencia de Don Juan.

– ¿Cómo recibió la noticia de que iba a pregonar esta Semana Santa y qué supuso para usted? ¿Cómo fue el acto?
– Me llamó el abad de la Hermandad Jesús de Nazaret, Sigerico Díaz, y no lo dudé un momento, sobre todo porque lo entendí más que como un reconocimiento a mi, como una colaboración a seguir difundiendo mis investigaciones sobre la Semana Santa Coyantina y por tanto para destacar sus orígenes, sus pervivencias históricas y sus cambios. El acto fue muy intenso para mi, ya que estuve acompañado de mi familia y amigos, por lo que siempre es difícil hablar ante ellos sin que te superen los sentimientos. Lo viví con mucha exaltación, pues en la parte personal del pregón no me quise olvidar de mis compañeros de paso, de mi madre que siempre acompaña a la Dolorosa y de mi difunta abuela Vicenta, que era una de las descalzas del Nazareno. Esa imagen de mi abuela es la que mayor fuerza tiene para mi al pensar en Semana Santa.

– ¿Qué es para usted la Semana Santa de Valencia de Don Juan?
– Insistí varias veces que para mi la Semana Santa Coyantina es un sentimiento. Cada uno la afrontamos de manera diferente, unos desde una perspectiva más religiosa, otros como continuidad de una tradición familiar que viene de generaciones anteriores, algunos incluso como una manera de juntarse una vez al año con sus compañeros de paso y hacer una procesión en común. Es sentimiento puro.

– ¿Con qué momento de ella se quedaría a nivel personal? ¿Cuáles son sus primeros recuerdos de estos días?
– No puedo quedarme con un solo momento, porque hay tantos especiales... Pero diré dos. El más plástico de la Semana Santa Coyantina es el Viacrucis de la mañana del Viernes Santo en la plaza Santo Domingo, con el castillo como impresionante telón de fondo y procesionando juntas las dos imágenes titulares de la Hermandad Jesús de Nazaret y Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores y Soledad. El más intenso, para mi, la llegada con mi paso de «La Urna» o Santo Sepulcro con Cristo muerto a la finalización de la procesión del Santo Entierro, cuando se hace el silencio en la abarrotada Plaza Mayor y solo se escuchan los golpeteos de nuestras horquetas marcando el paso.

– Es un año especial tras el parón de la pandemia, ¿cómo espera que transcurra? ¿Cómo lo vivirá?
– Yo creo que tras dos años de parón en cuanto a procesiones, es un punto de inflexión en muchos lugares y Valencia de Don Juan no escapa a esa incógnita. Desgraciadamente ha muerto mucha gente y otros cofrades se han hecho mayores o quizás se han despegado de su localidad de origen. Pero también se perciben muchas ganas por volver a salir y se ha perdido cierta monotonía, pues la pandemia ahora nos hace valorar cosas habituales que perdimos. Por mi parte, tengo enormes ganas de volver a pujar mi paso y sentir esas emociones tan intensas bajo el capillo. Miedo no, todos hemos aprendido a superar la dificultad y a vivir, con seguridad pero con intensidad, aprovechando cada día.

– La Semana Santa de Valencia de Don Juan ha ido creciendo cada año. ¿A qué cree que se debe?
– En el pregón cité al que para mi es un amigo, pero sobre todo un referente en los estudios sobre la Semana Santa a nivel internacional, José Luis Alonso Ponga, quien definió hace años la fuerza que estaba recobrando la Semana Santa en los pueblos como «aglutinante de la diáspora» y creo que no se puede acertar más. Como en tantas localidades, la Semana Santa es la reunión anual de coyantinos más numerosa, juntándonos los que afortunadamente vivimos en Valencia de Don Juan y los que se tuvieron que ir porque quisieron o porque les obligaron las circunstancias. A la vez y por una misma causa nunca hay en el año más concentración de coyantinos que durante la Semana Santa. Por destacar la de Valencia de Don Juan, creo que suma mucho de muchas cosas, me explico, quizás no tiene un patrimonio artístico espectacular como otras, pero sí unos pasos con más de 300 años y algunos muy notables, quizás el casco histórico coyantino no es el más bonito, pero hay puntos de paso como el castillo o la calle Palacio con gran belleza y, sobre todo, destaca sobre otros lugares el componente humano, capaz de sacar procesiones muy numerosas a la calle, reuniendo a miles de personas en las aceras y balcones.

– ¿Es la Semana Santa una cuestión más de procesión externa que interna?
– Antes comentaba que la Semana Santa es un sentimiento personal y como tal, hay muchas maneras de vivirla, tantas como papones. Al final, si la Semana Santa no nos aportase interiormente algo, los pasos se habrían ido quedando vacíos con los años y ello no sucede. Quizás un gran número de los papones hayamos dejado de ir a misa, pero no faltamos a nuestra procesión porque hay un vínculo con esa imagen que portamos y a la que rezamos aunque sea inconscientemente. Sobre todo creo que es un nexo espiritual con las generaciones pasadas, ya que continuar con esta tradición nos hace sentir que seguimos conectados con ellos.
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