17/02/2022
 Actualizado a 17/02/2022
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Como veo que me vais haciendo caso, en lo de la abstención, digo, puesto que la provincia de León alcanzó el domingo un nada desdeñable 40%, me siento obligado a extenderme en la solución que os propuse el jueves pasado: visitad Laciana.

Es cierto que queda lejos esta comarca, donde Cristo dio las tres voces. Y es cierto, también, que llegar hasta allí es un acto de fe. Las carreteras son malas y, en invierno, es para valientes circular por ellas. No vale ser timoratos. Si os decidís a ir por Omaña, a partir de Lorenzana la cosa empieza a ponerse seria, con Camposagrado abierto a todos los caprichos de Eolo, y no para de empeorar hasta llegar a El Castillo, metido a calzador en un valle angosto y hermosísimo. Parad, sin dudar un instante, en el Valle Gordo. Cogeréis el desvío en Ambasmestas y subiréis el Omaña hasta llegar a Fasgar. A este valle acudía, al inicio de la primavera, gente de toda la provincia para comprar patatas de siembra, que daban un fruto excelente. El río, en verano, parece una presa regulada: casi no baja agua por él, aunque el terreno conserva, incluso entonces, una frescura y una lozanía que da miedo de lo verde que es. En Vegapujín veréis un suceso extraño: en el otoño, se divisa desde cualquier punto del valle un alerce. Sus hojas pasan de un color verde oscuro a un amarillo pajizo que no tiene parangón en la provincia. Lo plantó un maestro, a principios del siglo pasado.

Por aquí anduvieron los moros. En realidad, las dos leyendas más conocidas del valle tienen que ver con ellos. Aquí, en Vegapujín, se cuenta, en los interminables filandones de invierno, que hay un toso que llaman ‘de las pozas’, en cuyo interior se encuentra un palacio, con muebles de oro y piedras preciosas abandonadas por doquier. Movidos por la avaricia, los habitantes del pueblo intentaron entrar en su interior, pero se encontraron con unas puertas ciclópeas que fueron incapaces de abrir. Intentaron, como último recurso, destruirlas provocando una riada. Lo único que consiguieron fue, no obstante, cerrar la poza. Todo esto me lo contó, hace muchas lunas, un tipo peculiar, de profesión mudo, que no callaba aunque le invitaras a una, o más, botella de vino en el bar del pueblo. En Fasgar, último pueblo del valle, hay una ermita, la del Señor Santiago. Se alzó para celebrar la ayuda del santo cuando echaron a los moros del valle. Es un lugar increíble, por donde se encuentra, y por su belleza incomparable. Modernamente, los hippies se reúnen allí para fumarse unos petas, cantar y follar, esperando de muy buena manera el fin del mundo. Al otro lado de la cuesta, muy empinada por cierto, está el Bierzo; más concretamente un pueblo de postal de vacaciones, de guía turística con posibles y que, además, tiene el nombre más largo que hay en España: Colinas del Campo de Martín, Moro Toledano.

De vuelta a la carretera, llegamos, en un pis pas, a Murias de Paredes, capital del ayuntamiento y antiguo partido judicial. Hoy, por desgracia, está casi vacío. Subiendo el puerto de la Magdalena, observaréis unos pollos de ladrillo, de dos metros de alto. Son las Murias, que servían para indicar al caminante la altura que había adquirido la nieve. Porque aquí siempre nevó con cojones. De ahí el nombre del pueblo. Y en nada llegaréis a Villablino. Da mucha pena, por lo menos a un servidor, ver como está el pueblo en la actualidad. Villablino pasó de ser el tercer municipio con más habitantes de la provincia, más de quince mil, a ser el noveno, con nueve mil, en menos de treinta años. Cuando había minas, pasar un finde en Villablino era para gente que tuviese el bolso lleno de dinero. El ambiente, la marcha, era espectacular. Uno llegó a ver a un tipo pagar rondas de treinta cubalibres.

Lo bueno del asunto, además de que ahorraréis mucha guita, es que ahora sólo queda naturaleza en estado puro. Cualquier valle al que acudáis, a cualquier pueblo que os acerquéis, os asombrará por sus árboles, por sus regueros, por sus antiguas brañas. Todo es algo inesperado, algo impensable por su exuberancia, hasta llegar, incluso, a sentiros pequeños, diminutos, como cuando erais pequeños y os asustaba la sombra de cualquier árbol, nube o montaña.

Uno siempre pensó que la gente que vive en estos valles no sabe la suerte que tiene. Sí, es cierto que les despojaron de lo que les dio un alto nivel de vida. Pero las minas, por desgracia, se acabaron y no les queda más remedio que tirar para adelante ‘explotando’ lo que les sobra: naturaleza en vena, como si fuera un chute, como si fuera una droga buena y espiritosa.

Por cierto: en las elecciones ganó el PP por los pelos y el PSOE perdió siete procuradores. De nada. Salud y anarquía.
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