Gaudí y la conexión belga

Por José Mª Fernández Chimeno

José María Fernández Chimeno
20/11/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Luis Badía (maestro cerrajero cuyo taller colaboró con Gaudí en el Palau Güell).
Luis Badía (maestro cerrajero cuyo taller colaboró con Gaudí en el Palau Güell).
Un simple comentario, soltado al azar por el escultor Luis Gueilburt en la conferencia que pronunció el pasado 6 de noviembre dentro del ciclo de conferencias ‘Gaudí en León 125 años después’, organizado por la Fundación Obra Social de Castilla y León (Fundos) en la Casa Botines de León, me puso en la pista de «la conexión belga».

Luis Gueilburt hizo mención a un artículo publicado en 1949 en la revista Templo titulado ‘Aspectos internos de la construcción del Templo (El arte de la forja)’, de Federico Ratera; y del mismo resaltó varios aspectos relacionados con Gaudí, tales como: «La colaboración de todos los oficios en una empresa magna como es la del Templo de la Sagrada Familia, tenía que manifestarse íntimamente en el bello arte de la forja en hierro –de abolengo y reciedumbre en Cataluña– cuando intentara aplicarlo Gaudí. (...) «La atracción, la simpatía nuestra por Gaudí nace de la superioridad de su talento. Cuando en la realización múltiple de sus obras presentábase un obstáculo, una enmarañada dificultad, con tiento, con miedo casi, íbamos o venía en consulta. Nunca dejó sin solución, felicísima muchas veces, el escollo, y ello nos daba la sensación de una superioridad a la que nosotros humildemente nos plegábamos» (...) Este herraje, cuyo principio y fin no ha podido ser reconocido por los maestros herreros, resume una técnica peculiar de los Forjadores Badía repetida en el ventanal heráldico del Palacio Güell de la calle Conde del Asalto. Está elaborada con «hierro belga», producto preferido por Gaudí debido a su elasticidad y resistencia al retorcido y flexionado exigido por la concepción característica de sus obras…». (RATERA, F, 1949: 2 y 3).

Este comentario, entresacado de la entrevista realizada por Ratera al eminente cerrajero Luis Badía –el amigo de Gaudí y devotísimo del Templo– me dio que pensar y también abrió todo un mundo de probabilidades sobre el motivo por el cual el maestro de obras al frente de la casa Botines, Claudí Alsina, se desplazó hasta Asturias en tren –entre los años 1892 y 1893– para encargar a la empresa Kessler, Laviada y Cía (ver 1ª Parte publicada en LNC, Al respecto de «la verja» de la Casa Botines, de 28-12-2017) la realización de una verja para proteger el foso circundante del edificio, en la que es preciso apreciar el juego de encruzamientos de las pletinas y el remate de pinchos, muy semejante al diseñado por Gaudí para la Casa Vicens. Por su carácter difícil y exigente Gaudí –hijo y nieto de caldereros–, no concebía tener que simplificar sus diseños o aceptar un «no» como respuesta ante las «supuestas» dudas planteadas en los Talleres de Forja, a lo largo y ancho de la provincia de León, pues cabía la posibilidad de que no estuvieran a la altura de su ingenio o ambición. Y resalto lo de «supuestas», dado que este argumento aún está por demostrar.La comunicación por Ferro-Carril entre León y Gijón permitió a Claudi Alsina trasladarse con un portafolio bajo el brazo que albergaba en su interior un preciado tesoro: los esbozos o dibujos de una verja modernista salidos del «superior talento» de Gaudí. Es razonable, pues, conjeturar que el diseño gaudiniano de la verja de la Casa Botines no fue un impedimento para esta empresa señera en la industrialización de Gijón desde su fundación en 1850, con el nombre de La Begoñesa, donde «La intención primera de Julio Kessler había sido fabricar artículos de cocina de hierro fundido con baño de porcelana, pero ante las dificultades técnicas del momento se decantó por los productos de fundición y taller de cerrajería». (Ibidem)Este empresario, Julio Kessler y Frederic, se había empadronado en la Ciudad del Vapor (así titulan su libro Paz García Quiros y José Mª Flores, refiriéndose por entonces a la industriosa Gijón) con cédula nº 39. El impulsor de la empresa Kessler, Laviada y Cía «fue un ingeniero holandés llegado a Gijón como técnico para la industria vidriera. […] El negocio presentaba tales perspectivas que Julio Kessler hubo de hallar un socio para llevar la factoría a un sitio más idóneo y con suficiente terreno para su ampliación. El nuevo socio sería Juan Díaz Laviada». (La Ciudad del Vapor, pág. 135)Su inauguración se hizo en terrenos más próximos a los ferrocarriles y puertos por cuanto la importación y exportación por vía marítima y terrestre solo estaba al alcance de Gijón. La tardía Revolución Industrial asturiana se centró en esta ciudad y no cabe duda de que su carácter portuario y la temprana construcción del Ferrocarril de Langreo tuvieran mucho que ver en ello. Y lo más importante: este ingeniero holandés sin duda tendría acceso al «hierro belga» a través del transporte naviero entre Gijón y los Países Bajos, pues conocía las cualidades que atesoraba –su elasticidad y resistencia al retorcido y flexionado–, idóneas para que los herrajes pudieran resistir los esfuerzos a torsión que los alambicados diseños de Gaudí obligaba a soportar, al ser lo suficientemente maleables para no partirse en medio del proceso de ejecución, sometido como estaban a altas temperaturas. Con estos datos creo haber dejado, sino resuelta, al menos planteada la «conexión belga» que nació de las altas exigencias de Gaudí, y exonerada de toda culpa la capacidad creativa de los «talleres de forja» leoneses. Queda, no obstante, por saber si el laborioso montaje de la verja se realizó a pie de obra –con el consiguiente traslado de maquinaria y personal cualificado- o si esta llegó a la Estación del Norte de León por módulos, que se ensamblaron y remacharon frente a la fachada de la casa Botines. Las sucesivas obras de mantenimiento y reparación durante el siglo XX, hacen difícil llegar a tomar partido por una u otra propuesta; pero, lo que sí parece haber quedado claro es el proverbial aforismo de Séneca: «Aprendemos no para la vida sino para la escuela».

Ciertamente, el aforismo del filósofo hispano sirve para dar sentido a este artículo, pues, en él confluyen la experiencia personal –de años de estudio e investigación sobre la obra del genial arquitecto catalán– y el azar, que rara vez ofrece otra oportunidad a quien no alcanza a coger al vuelo las propuestas que sutilmente lanza por el aire. Sin duda Gaudí sabía mejor que nadie cómo aprender de la mejor escuela de la vida, que no es otra que la naturaleza, tras un largo transitar por los caminos de la experiencia personal, sacando «con la superioridad de su talento» lo mejor de sí mismo en cada proyecto e igualmente sabía, ante el asombro de sus congéneres, donde acudir para salvar los obstáculos de sus enrevesados diseños: Gijón.
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