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Gaudeamus igitur

04/03/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Supuesto uno (vetusto). La Universidad es el centro de estudios por antonomasia, dedicado al cultivo de la ciencia en todas sus disciplinas y destinado a proporcionar al país individuos formados en las especialidades necesarias para el desarrollo espiritual y material de la sociedad. No es una empresa. Como tampoco son empresas un hospital o un museo, por mucho que algunos hospitales, museos o universidades estén concebidos para ganar dinero y sí lo sean. Eso no quiere decir que no puedan ganarlo, pero no es ese su objetivo primordial. Siendo empresas tendrían lugar frecuentes e insolubles contradicciones entre los compromisos inherentes a la ética, los valores y los objetivos académicos y la pretensión crematística. Sabemos quién vence en tales casos. A Rolex o a setas.

La apología indiscriminada del modelo empresarial como generador de empleo y beneficios económicos no debería olvidar el tipo de empleo y beneficios que tan a menudo genera y su propensión al abuso en nombre del dinero. No cabe confundir tal cosa con un servicio público. Cuántas empresas de ese tipo sobrevivirían sin ayudas públicas o cuántas lo hacen sin cumplir los fines que proclaman son cuestiones más trascendentes aún en este caso.

La independencia universitaria ampara el trabajo de algunos de los mejores especialistas, cuyo concurso para debatir en su especialidad deviene pertinente, debe ser respetado y es respetable por definición. Si no gusta o no convence, el insulto huelga.

Supuesto dos (emergente). La Universidad es una empresa más. Está para ganar dinero o, mejor aún, para hacerlo ganar. Ha de servir para homologar productos en el mercado, hacerlos viables y rentables económicamente. La Universidad debe «producir». No interesan las hipótesis o las discrepancias científicas, no interesa la duda ni el debate: eso no vende. Interesa lo tangible, indiscutido, efectivo: interesa el cash. Por eso a veces hay que prescindir de lo que estorba a la cadena productiva, los profesionales. La historia, por ejemplo, como novedoso y radiante artículo de consumo de masas, no puede dejarse en manos de los historiadores (¿qué sabrán ellos?). Imaginen dejar en manos de los físicos un acelerador de partículas… qué disparate.

En el postardocapitalismo, o como se llame ahora, la necesidad es la primera manufactura y el bien destinado a satisfacerla llega después. Aunque no sepamos qué bien de consumo ansiaremos, lo están concibiendo y nos lo anunciarán en breve. Hace poco tiempo no sabíamos de cunas parlamentarias o leyendas artúricas; ahora forman parte imprescindible de nuestro ser en el mundo. Precisamos tales certezas, y quien las cuestione será competidor hostil, enemigo de lo bueno, verdadero y propio, paniaguado de oscuros señores. Necesitamos una fe que pueda empaquetarse y tocarse, pringosa incluso. El Senado de España ha propuesto declarar patrimonio intangible de la humanidad el espeto de sardinas malagueño…
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