Le vas a dar la mano para ayudarle a levantarse del suelo después de la demostración de cómo se pica la guadaña —«cabruñar le dicen también»— y no la necesita: «Deja, deja, ya me levanto yo». Y lo hace con evidente agilidad, imposible calcularle los noventa años que tiene, por ese y otros muchos detalles más.
- Noventa años y trabajados; dice Francisco, orgulloso —y con razón— de su vida, de su biografía y de cómo ha llegado a los noventa años en una excelente forma que le permite impartir talleres de cómo se siega a guadaña, en la Sobarriba o en la Fundación Cerezales, por ejemplo, o participar en el concurso de siega a guadaña de Prioro, con rivales a los que saca varias décadas. «Hombre, me ganan, pero ellos nada más van a segar para adelante, a hacer metros, había que valorar también como queda segada la pradera, bien apurada».
Se sienta sobre un cojín y va explicando todo el proceso de picar; «la hoja hay que apoyarla en el yunque pero inclinada, no en horizontal...» y cuando acaba el proceso, para el que se requiere pulso y precisión, llega el momento de coger el cuerno con la piedra de afilar y rematar el laborioso ritual; «no se hace igual por los dos lados del filo, todo tiene su aquel...».
- ¿Desde cuándo segando a guadaña?
- Desde siempre, claro. En casa de toda la vida y después de volver de la mili fuimos un primo y yo varios años a segar a Cármenes, para un panadero que se llamaba César. En casa había manos suficientes para arreglarse y sacábamos una perras a mayores.
Fueron muchos años segando a guadaña, la hierba y el cereal, hasta que llegaron las primeras máquinas de segar, «aquellas Bertolini», recuerda; pero siempre mantuvo la guadaña a punto, para pequeñas cosas y para sacar las orillas. Y ahora, después de jubilado, «mantengo el gusto por ella; el año pasado hicimos un grupo de gente de la Sobarriba, hombres y mujeres, para enseñarles a picar, a segar, a afilar, todo. Os espero para el año que viene».
Allí estaremos, claro que sí.