Llegamos a la cocina de una casa grande, antigua, saludando a perros y gatos que andan por allí. Nos guía el sonido de una acordeón que suena al fondo, en la cocina y allí está sentado Firmo, medio vaso de vino en la mesa, unas raspas de jamón y pan de hogaza... se arranca con la acordeón y toca una.
- ¿Siempre con la acordeón?
- Bueno, me fallan los dedos pero todos los días la toco un rato ¿Sabes lo que pasa? Que voy para 97 años y yo vivo solo; y uno solo es uno solo, y la casa es la casa, mucha casa... y la acordeón acompaña, claro, porque hay que darle muchas vueltas a la cabeza.
Le preocupa que Laura trabaje de pie —«siéntate rapaza»— hasta que concede que siendo joven nada se te pone por delante y recuerda cuando él era joven... «Fui a Madrid, tocábamos allí en el local del músico, en la calle Hortaleza 19, e igual nos juntábamos 1.500 músicos. Allí hice el solfeo, pero mi hermano marchó a la mili y llamó mi padre que si viniera a ayudar en casa, con el ganado y eso, y vine para acá, pero seguí tocando; y atendiendo la tienda, que tuvo el abuelo un comercio de esos que teníamos de todo».
Nunca abandonó Firmo la música porque era un grande y le buscaban de grandes orquestas. «Toqué por todas partes, toda Castilla la Vieja, la Nueva, Ciudad Real, toda Galicia, Asturias... qué sé yo».
Siempre tocó la acordeón, «que se me daba bien, la hacía bailar. Ya cuando me examiné en Madrid para el carnet de acordeonista me felicitó el tribunal». Y de la música saltaba a la ganadería, «teníamos vaca charolesa de ésas, muy buenas, de concurso, que ganamos muchos campeonatos...» y seguía en la música, «por todo el Valle de Somiedo, Teverga, Cangas de Narcea y Cangas de Onís... iba yo en el coche, que lo conduje hasta este año, que ya no lo quise renovar porque con 96 años ya está bien... aunque el coche ahí lo tengo, para nada, que cuando necesito ir a por potingues a la farmacia hay un rapaz que me lleva».