Los personajes del tío Ful: Anselmo, de Lario

Anselmo toma tranquilo el sol en la puerta de su casa de Lario, donde se casó, y recuerda sus años de trabajador, sobre todo en la madera, «en la que fui buen obrero»

Fulgencio Fernández y Laura Pastoriza
05/08/2023
 Actualizado a 05/08/2023
https://vimeo.com/850466527

La verdad es que llegamos a Lario con la idea de hablar con la idea de hablar con Juana, la mujer de Anselmo, una excepcional contadora de historias. La pillamos ocupada en cosas suyas, hablando por teléfono, atendiendo a gente y comenzó a brotar otra conversación paralela con Anselmo, sentado tranquilamente a la puerta de casa, cercano, hablador.   


- ¿Eres de Lario?


- Casi. Yo me casé aquí, soy de Santander, de Polaciones, como Revilla. Y ‘bromea’ Anselmo con que será pariente suyo, «Revilla, Cimadevilla... primos». Y es que en Lario y la comarca también es Cimadevilla uno de los apellidos más comunes. 


Anselmo llegó a la comarca como trabajador de la madera, en los montes y en la construcción . «Trabajé incluso haciendo cubas de vino para las bodegas de Jerez de la Frontera», pero, sobre todo, en lo que más trabajó fue en la reconstrucción de los edificios que habían sido derribados para la construcción del pantano de Riaño y, algunos de ellos, fueron reconstruidos posteriormente (no corrió tanta suerte el cercano palacio de los Allende de Burón. Anselmo trabajó, en la parte de la madera, sobre todo en las iglesias y como ejemplo de su condición de buen trabajador recuerda que una de las empresas en las que estuvo «en Navidad me mandó una propina curiosa, que la mujer preguntaba, ¿y de dónde viene este dinero? Y eso que la empresa era catalana».


Recuerda haber trabajado también en Asturias, en un monte «que tenía 365 vallinas, tantos como días tiene el año; y también me llevaron al valle de Arán».


En aquellos trabajos, «en los que gané dinero porque era buen trabajador», recuerda como un momento importante cuando «tuve la primera máquina de tronzar, porque antes a serrote y con un tronzador de 2,50, que se ponían dos de cada lado. Y después ya tuve carroceta».


Y ahora, sentado al sol, recuerda aquellos tiempos y te habla de los nietos, los del refugio de Vegabaño, «que también son muy trabajadores».   
 

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