Uno de los fines principales de las cofradías ha sido, durante siglos, la atención a sus hermanos fallecidos, función que se ha ido adaptando a los tiempos hasta nuestros días; un tema que, en León, en conjunto, no se ha estudiado demasiado –más allá del trabajo presentado en 2016 por Carlos García Rioja y quien suscribe al VI Congreso Nacional de Cofradías– y que LNC Cofrade ha querido conocer mejor. Hemos acudido a las dieciséis penitenciales, y todas ellas han respondido a nuestras breves preguntas, excepto Jesús Sacramentado, que no lo ha considerado oportuno. Conste nuestro agradecimiento.
En origen, las cofradías se encargaban de acompañar a sus hermanos –y también a los más desfavorecidos: pobres, ajusticiados…– en su último adiós, ocupándose, incluso, de sus entierros –velaban, a su vez, a los enfermos–; y rezaban por su eterno descanso. Esto último se continúa haciendo hoy, pues todas las cofradías recuerdan al menos una vez al año –un buen número de ellas, en torno al 2 de noviembre– a quienes han sido llamados ya a la Casa del Padre.
Al fallecer un hermano, es habitual que la cofradía acuda –además de al entierro– a la capilla ardiente y se rece un responso. Es generalizado, asimismo, que sobre el féretro se encuentre el paño de difuntos, elemento con el que cuentan ya todas las cofradías –el Silencio tiene dos–, salvo tres –Perdón, Agonía y Gran Poder–, que dispondrán de él en un futuro próximo; la gran mayoría de ellos, realizados en las últimas décadas.
Diez de las dieciséis cofradías cuentan también con un libro de difuntos, entre los que cabe destacar el ‘Memento’ del Sepulcro, en el que, más allá del nombre del difunto y fecha de su muerte, se incluye una breve reseña biográfica. Y Siete Palabras y Jesús Divino Obrero –y hasta 2022, también la Bienaventuranza– disponen asimismo de una Cruz de Difuntos que sale en sus procesiones. En todo caso, el protocolo al fallecer un hermano es, en algunas cofradías, muy elaborado –el Silencio, además, en la ‘bébora’, reza y brinda con vino dulce en su memoria, entre otras ocasiones al término de la misa de difuntos–; y, en general, muy heterogéneo –y, en muchas ocasiones, no escrito–: envío de flores, cartas de pésame, esquelas, féretros portados a hombros, crespones negros…, teniendo siempre en el recuerdo a aquellos que no se encuentran ya entre nosotros.