El zagal de Zamayón

Por Saturnino Alonso Requejo

Saturnino Alonso Requejo
07/01/2024
 Actualizado a 07/01/2024
| L.N.C.
| L.N.C.

Se llamaba TARSICIO, por haber nacido un 15 de agosto, festividad de San Tarsicio: aquel buen cristiano que había sufrido el martirio cuando la persecución de Valenciano del año 257, mientras llevaba el sacramento a los cristianos encarcelados.


A los diez años, lo había ajustado su madre, lo comido por lo servido, para que dejara de apedrear gatos y agarrara la vida por el pescuezo.
El caso fue que su madre lo montó en su burro el CANO, y fue a apearse a la DEVESA LOS PIZARRALES.


Regentaba todo aquello la CRISANTA, a la que llamaban ‘La DOÑA’, por ser una mujer con mando, como dueña que era de todo aquello. Era más bragada que el Puente Romano de Salamanca, que hace pasar al Tormes bajo su bragadura.


Así las cosas, el rapacín Tarsicio era un utensilio más en las manos callosas de DOÑA CRISANTA.


El oficio principal del zagalillo era apacentar el rebaño y estar al cuido de las paridas, no fuera a ser que algunas no quisieran a su propia cría.
Porque la Doña las conocía a todas como si las hubiese parido. Que berraba una en la oscuridad de la corralada y decía la DOÑA:
– ¡La Pintoja es!
Como era ya el día de NOCHEBUENA, y la Doña le había prometido darle suelta aquella noche para que fuera a cenar con su madre, cuando el sol estaba bragado en la grupa del firmamento, el zagal tragó el ‘cacho’ a secas, y se puso, como sin querer, a empujar el rebaño hacia la majada.
Ya en la Casona y encerradas las ovejas, la Doña empezó a mandar como todas las tardes:
– Que si amamanta a los corderos recién nacidos.
– Que si vete a la fuente por unos cántaros de agua.
– Que si méteme la leña en el portal, que esta noche es larga y destemplada.
– Que si desplúmame el gallo para la cena, y así.
Total que, cuando el zagal terminó los mandaos, ya estaba oscureciendo. Y se había posado sobre el campo una niebla espesa como la manta rajona de un pastor. Tanto, que un pie no veía al otro como le pasa a los borrachos.
Como la noche se había puesto de boca de lobo, el zagal se metió en el encinar sin saber si entraba o salía, o si sus zuecos trazaban una circunferencia en la pizarra de la escuela.
Convencido de que estaba perdido, y agotado, se dejó caer bajo un algarrobo, rezó las oraciones de costumbre y se quedó dormido al arrullo de una lechuza:
– ¡Bruuu, bruuu, bruuu...!
¡Había perdido la esperanza de CENAR LA NOCHEBUENA con su Madre!
A eso de la medianoche, y perdida toda esperanza, su madre echó la tranca por dentro de la puerta. Y, llorando como un llamargo, se puso a rezar la Oración a San Antonio:
«Si buscas milagros, mira
muerte y error desterrados,
miseria y demonio huidos,
leprosos y enfermos sanos.

El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
 
El peligro se retira,
los pobres van remediados,
cuéntenlo los socorridos,
díganlo los paduanos.

¡Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo. AMÉN!»

Cuando el Zagal se despertó, echó a correr hacia la majada como si le persiguiera el coco.
Abrió la cancela a las ovejas y las pastoreó como siempre.
Era el día de NAVIDAD, y Cristo no había nacido para él. Y se dijo, resignado:
¡Otra vez será! ¡Hay más días que longanizas!

Archivado en
Lo más leído