Santuario de Altamira

Por Saturnino Alonso Requejo

Saturnino Alonso Requejo
15/10/2023
 Actualizado a 15/10/2023

Sucedió en el Paleolítico que el Patrono de la Cueva de Altamira estaba sentado a la lumbre de una de aquellas galerías, con su criatura entre las piernas. Había un silencio de catacumba, porque su niño estaba en las últimas. Hacía varias lunas que no comía, y ya no era quién para salir al sol de la boca de la cueva. ¡Se estaba muriendo de hambre!

Fue entonces cuando el Jefe se puso en pie, se acercó a la pared del fondo, levantó las palmas de las manos suplicantes y le dijo al BISONTE que había pintado en la roca, como si fuera una divinidad:

– ¡BISONTE tú tienes pastos abundantes, porque las lunas han venido mimosas. Y tu Hembra está tan retesada que tu cría no es capaz de terminar la leche!

Yo no tengo tan buena suerte. Mi Hembra se ha escosado, y mi criatura está en las últimas. ¡Por favor: déjate cazar para que no muramos todos y se extinga la especie!

 Era en aquellos tiempos ANIMISTAS en los que los humanos hablaban con los animales, se entendían entre ellos y se echaban una mano en las dificultades.

Como ANIMISTAS que eran, pensaban que todos los seres tenían alma-espiritu, desde los humanos a los animales, las plantas y hasta las piedras.

Dada esta situación, el hombre de Altamira hablaba con el retrato de aquel bisonte pintado en la pared.

Terminadas estas fervientes rogativas, el Jefe de la tribu reunió a los suyos y salieron todos a echar el OJEO.

La manada de bisontes ya andaba de careo. Y unos cazadores por aquí y otros por allá, los fueron acorralando hacia el fondo de aquel desfiladero por e1 que se despeñaba un arroyo claro.

Avistado desde lejos el Bisonte más gordo y de mejor pelaje, lograron sacarlo del rebaño, bramando como una tormenta y echando espumarajos por su boca abierta como un horno.

Las flechas voladoras y las lanzas certeras oscurecían: el sol de aquella mañana. Y, cosido el morlaca a lanzazos, rodó cuesta abajo dejando un reguero de sangre sobre el pasto.

Ya hecho cuartos, los cazadores cargaron con ellos y emprendieron el regreso ponderando los lances más peligrosos y luciendo las heridas sangrantes y los moretones relucientes.

Los niños y sus madres coreaban a los valientes, mientras preparaban bajo los robles añosos el corro para el banquete de fiesta.

Y unos haciendo de cazadores y otros simulando bisontes, los niños jugaban a la cacería como si ya fueran mayores de edad.

El bisonte, compasivo, se había dejado cazar por aquel hombre de Altamira que respetaba a las madres preñadas, no mataba a las crías ni cazaba más que lo necesario para matar el hambre de cada día.

¡Aquellos cazadores ya eran ECOLOGISTAS!

Y sus niños aprendían a vivir en paz con la SAGRADANATURALEZA, mientras sus padres preparaban las puntas de silex y de hueso para sus lanzas, y sus madres hacían la lumbre y barrían la cueva con escobones de piorno.

Por lo demás, ALTAMIRA era más acudidera que un Santuario.

¡QUE ASÍ SEA!

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