A la salud de Lázaro de Tormes

Por Saturnino Alonso Requejo

03/12/2023
 Actualizado a 03/12/2023
Imagen maxresdefault
Imagen maxresdefault

Al comienzo de esta surcada he de decir con el autor del LAZARILLO en su prólogo:
«Yo por bien tengo
que cosas tan señaladas
vengan a noticia de muchos,
y no se entierren
en la sepultura del olvido».
Conviene, pues, recordar esta historia, pues sigue siendo tan importante y actual como el Puente Romano que estoy cruzando en este momento sobre mis alpargatas de esparto.
¡Así de fiel es mi compañera la memoria!
Nos lo cuenta el mismo LAZARILLO al comienzo de su gran aventura:
«Sepa vuestra merced,
que a mí me llaman LÁZARO DEL TORMES,
natural de Tejares de Salamanca,
Mi nacimiento fue dentro del Tormes...
Estando mi madre en la aceña,
preñada de mí, tomole el parto
y pariome allí,
De manera que con verdad
me puedo decir nacido en el río».
¡Ya se ve que este hecho fue un pronóstico de lo que sucedería más tarde! Porque todo presente es el prólogo de lo que viene más tárde.
Después de un largo peregrinaje por moliendas y callejeos, LÁZARO se había graduado, si no en la Universidad de Salamanca, sí en ‘Gramática Parda’, tan necesaria para andar por la vida, pues enseña todo tipo de astucias, picardías y mañas que nos defienden de los enemigos de alma y cuerpo: Mundo, Demonio y Carne, como enseña la Iglesia.
Con este saber popular a cuestas, Lázaro se despide de su madre ANTONA a la orilla calma del río Tormes. Fue entonces cuando su madre, que frecuentaba las caballerizas para ganar un rescaño de pan, le dijo entre lágrimas:
«Hijo: ya sé que no te veré más,
procura de ser bueno, y Dios te guíe.
Criado te he y con buen amo te he puesto: 
Válete por ti».
Y Lázaro, que había nacido a la orilla del río, fue arrojado a la corriente de la vida, como tantos otros que forman parte, si no de la historia oficial, sí de la intrahistoria marginada.
Nada menos que el Puente Romano fue el primer testigo de los estamburriones que empujan la vida.
Aquí y así empezó todo:
«Llegando a la Puente,
está a la entrada de ella
un animal de piedra,
que casi tiene forma de Toro,
y el Ciego me dijo:
Lázaro, llega el oído a este Toro
y oirás gran ruido dentro de él...
Afirmó recio la mano
y diome una gran calabazada
en el diablo del Toro...
Y díjome:
Necio, aprende que el mozo del ciego
un punto ha de saber
más que el diablo».
Así se hizo verdad que «La letra, con sangre entra».
 La calabazada que el Ciego le dio contra el Toro de piedra, fue para el Lazarillo el mojón entre el niño y el hombre; entre la inocencia y la conciencia desgraciada; entre la dependencia y el libre albedrío.
Sobre este hecho, dijo el Lazarillo:
«En aquel instante desperté
de la simpleza en que,
como niño dormido, estaba».
Ya la Doctrina Cristiana consideraba una Obra de Misericordia ‘Despertar al dormido’.
Sin saberlo, el Lazarillo cumplía en carne propia lo que siglos más tarde cantara LEÓN FELIPE:
«Toda la luz de la tierra
la verá un día el hombre
por la ventana de una lágrima».
¿No es el dolor una parte sustancial de la vida?
En esta triste historia se encierra la PICARESCA social hecha Estado, pues el subir es virtud y el bajar es vicio. Y, muchas veces, el pobre es considerado culpable de su propia desgracia.
Ya los judíos consideraban la desgracia como un castigo divino. Este era el pensamiento de los amigos de JOB y de sus propios familiares.
Así fue cómo JOB apuró el vino amargo en el basurero de las afueras:
«JOB tomó una tejoleta para rascarse,
y fue a sentarse entre la basura.
Entonces su mujer le dijo:
«¿Todavía perseveras en tu entereza?
¡Maldice a Dios y muérete!».
Pero JOB le dijo a ella:
«Hablas como una estúpida cualquiera.
Si aceptamos de Dios el BIEN,
¿no aceptaremos el MAL?
En esto JOB no pecó con sus labios».
JOB aprendió que el dolor era un elemento más de la vida. Que la risa y el llanto son como la playa y la ola. Que la belleza puede habitar en casa del hambre.
Ya decía UNAMUNO que no debemos rebajar la belleza a la categoría de los estómagos.
Aquí dejo al LAZARILLO DE TORMES metiendo al puñetero Ciego por todos los charcos; y tumbándose panza arriba entre las piernas del Ciego para chuparle el vino que goteaba por el agujero que Lázaro había hecho en el culo de la jarrica. Que, cuando se tumbaba boca arriba entre los muslos del viejo, es que veía el cielo.
Aunque el Ciego era rezador, a causa de las limosnas:
«Abreviaba el rezar y la mitad de las oraciones
no acababa, porque me tenía mandado que
en yéndose el que mandaba rezar,
le tirase por el cabo del capuz».
Cuando el Ciego descubrió el agujero en el culo de la jarrica, le estrelló el jarro en los morros:
«Me pareció que el cielo,
con todo lo que en él hay,
me había caído encima...
Desde aquella hora,
quise mal al mal Ciego».
¡Brindo, pues, por LÁZARO DEL TORMES, hijo de nuestra buena fe y nuestras malas obras!
¡Va por Lázaro! ¡Que así sea!
 

Archivado en
Lo más leído