El sacramento del lenguaje

Por Saturnino Alonso Requejo

Saturnino Alonso Requejo
09/07/2023
 Actualizado a 09/07/2023
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Dice el libro del Génesis, en su capítulo primero, que cuando Dios se arremangó para crear el Mundo sólo existía el TOHU-BABOHU»: lo desierto, el vacío, la nada.

Fue entonces cuando Dios habló y dijo:

– «Haya luz»: y aparecieron el día y la noche.
– «Haya un firmamento en medio de las aguas», y lo llamó Cielo.
– «Haya lumbreras en el firmamento para separar el día y la noche».
– «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza».

Ahora ya sabemos que Dios no usó la paleta de albañil para hacer el Mundo, sino su PALABRA. Y sabemos que el parecido entre Dios y el ser humano no es tener dos brazos y dos piernas, sino tener el mismo LENGUAJE. Como mínimo, ÉL una lengua propia, y nosotros un dialecto también creador: ¡LA SEMEJANZA!
Cuando el Faraón de Egipto pronunciaba un discurso o publicaba un documento, terminaba diciendo:

«¡El Faraón ha hablado!»

Y lo que el Faraón decía se cumplía siempre, porque el Faraón era divino y las PALABRAS cumplen lo que dicen. ¡Así de poderosas son las PALABRAS!
Nosotros solemos decir con el Refranero:

«Palabra y piedra suelta,
no tienen vuelta».

El padre de familia de Altamira hablaba con el Bisonte que había pintado en la roca del fondo de la cueva, y le decía:

– ¡Bisonte, déjate cazar, porque mi hijo se está muriendo de hambre!

Luego salía de ojeo y daba alcance a aquel Bisonte viejo que cojeaba de una de sus patas delanteras.
Era en aquellos tiempos en los que el ser humano HABLABA con los animales salvajes, con los árboles y hasta con las piedras mismas.
El hombre era cada vez más poderoso porque HABLABA y se entendía con los demás hombres.
El caso es que evolucionó rápidamente al compartir una misma LENGUA con los otros.

Otro de los cometidos del LENGUAJE es poner NOMBRE a los seres, como había hecho Dios al crearlos. Porque, lo que no tiene nombre, es como si no existiera.
Este hecho se cuenta en mi novela, no publicada, ‘Nostos’, que significa Regreso.

Al haber sido asesinados sus padres por los terroristas de Palmira de Siria, Nostos emprende el camino de regreso a su patria española. Delante de él va caminando descalza una muchachina de unos catorce años que venía huyendo de un amo maltratador.

Cuando Nostos le dio alcance junto a un pozo de agua y le preguntó su nombre, ella le dijo:

– No tengo nombre. Mi amo me dice siempre:
– «TÚ, barre el portal».
– «TÚ, tiende en la cuerda la colada».
– «TÚ, lávame los pies».
– «TÚ, caliéntame la cama».

Fue entonces cuando Nostos, que era cristiano, cogió un puñado de agua, se lo echó sobre la cabeza enmarañada diciendo:

– ¡AGUA, yo te bautizo
en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo!

Poco después se casaron y, cuando hacían el amor, ella le decía a él:

– ¡Llámame AGUA, llámame AGUA, llámame AGUA!

Aunque ellos no lo sabían, el Sacramento del Matrimonio tiene dos componentes:
a) Una MATERIA, que es el acto sexual, y
b) Una FORJA que es el ‘Sí quiero»: el AMOR.

Tan es así que, cuando una pareja cristiana quiere divorciarse, si se demuestra judicialmente que no había habido «consumación» del matrimonio o relación sexual, la Iglesia no es que conceda el divorcio, sino que no ha habido matrimonio. ¡No están casados!

Por lo demás, ya sabemos con Heidegger que el ser humano vive de por vida en la CASA DEL LENGUAJE.
Si los Medios de Comunicación habitaran esta CASA, otro gallo nos cantaría. ¡Mejor es que nos canten los gallos y no que nos ladren los perros.
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