Desorientados

Por NOEMÍ SABUGAL

31/01/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Algunos dijeron que el abogado de Raquel Gago estaba «desorientado», que es una cosa como muy comprensible y que mueve a la empatía de cualquiera que haya vivido un poco.

Fermín Guerrero, el abogado de la policía local acusada en el juicio por la muerte de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, quizás pensó en alegar que la comida del día anterior con el abogado de la defensa le había caído fuerte al estómago, y seguro que se le pasaron por la cabeza algunas de las bombas gastronómicas de la provincia: del chorizo a la morcilla, porque si la Organización Mundial de la Salud puede culparlas de todos los males, ¡qué no podrá justificar un letrado!

En su lugar, optó por la estrategia del despiste: que era algo asunto suyo «y de nadie más», advirtió, como si no hubiera sido asunto de la señora que volvía de la compra con los puerros asomado del carrito y le viojunto a su coche (y que quizás nunca existió, pero yo me la imagino) o del tribunal que esperaba su aparición en la sala. Mientras, los periodistas escupían las espumillas de los micrófonos que se habían comido en la desesperación de creer que el juicio tendría que repetirse desde el principio.

La misteriosa desaparición y aparición del noctívago abogado en uno de los días claves del juicio, dio un volantazo a los tintes trágicos del caso por la muerte a tiros de la presidenta leonesa, y llevó las cosas hasta el borde del precipicio de la comedia, porque entre ambos polos nos movemos los seres humanos, entre lo risible y el desgarro vital, sin saber muy bien a veces por qué decidirnos.

«Lo único importante que hay realmente es la salud», dijo también -crípticamente- el abogado, cuando volvió a la Audiencia Provincial, echando mano del habitual consuelo del día del Gordo de la Lotería, como si le hubiera fallado algún premio.

Pero errare humanum est y para las excusas valió el estado que después puso en su whatsapp: ‘Aceptar errores y asumir responsabilidades’. Y el que esté libre de pecado... ya saben cómo sigue.

La desorientación vital, sin embargo, es mucho peor. Pablo Antonio Martínez, marido de Montserrat González y padre de Triana Martínez, ex comisario de la Policía Nacional de Astorga, parecía hacerse cada vez más pequeño en su silla aterciopelada de la Audiencia mientras confesaba que estaba en el limbo. «No sé si dije que no me hacían ni puñetero caso, pero me hacían un caso muy escaso», aseguró en su declaración, y los hombros se le derretían a pesar del fulgor de la merecida distinción policial en la solapa de la chaqueta.

Toda la vida en la Policía, y el olfato de experto sabueso le falló en su propia caseta. En lo intelectual y en lo físico, parece, como cuando le preguntaron por la plantación de marihuana en la casa de su mujer en Carrizo de la Ribera. «Iba a comer el domingo y poco más. No olía a nada», dijo. «No me consta que ninguna de las dos fumara porros».

¿Cómo saber lo que pasa en una familia con dos carriles y mediana de maría bien crecida? Cuando él iba, su hija y su mujer -que apenas le miró durante su declaración- ya estaban volviendo.

Pero la familia es lo primero y de ahí el apoyo frente a lo corporativo. «¿Usted cree que los policías de Burgos no actuaron correctamente y las engañaron como a chinos?», le preguntó el abogado defensor de Montserrat y Triana. «Me lo creo al cien por cien», respondió el ex comisario.

Ninguno de los dos pareció darse cuenta de lo desfasado de la frase, porque a los chinos ya no los engaña ni dios. Les pasa como a Woody Allen, que prefieren la ciencia a la religión y si les dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, se quedan con el aire.

Además de drogas, esta semana en el juicio ha habido de todo, como en las fruterías bien surtidas. Incluso producto exótico, venido de Senegal. Compañeros de la Policía Local quisieron demostrar que Raquel Gago no sabe reaccionar en situaciones difíciles. Como el ejemplo sobre un ‘mantero’ en fuga puesto por la abogada de la acusación particular a uno de los compañeros de Gago: «Usted, como polícia, si viene un senegalés de dos metros, negro, corriendo hacia usted, ¿tiene miedo?».

Al margen de la especificación de negritud, que es lo que indica con claridad que es senegalés y no un alemán rosado de dos metros, no sé qué pretendía demostrar la abogada, ya que, según cómo sea el senegalés, a lo mejor lo más interesante es correr a sus brazos, por ver qué cedés tiene, más que nada.


Como el absurdo parece haber impregnado ya el juicio por la muerte de la presidenta de la Diputación, así como en una obra de Miguel Mihura, tampoco faltó el elemento sexual, porque la escena en la que supuestamente Carrasco ‘le entró’ a Triana, sacada de la chistera varios meses después de su encarcelamiento, se sigue repitiendo como los trailer de los grandes estrenos.

«Eso la verdad es que me parece una patraña terrible. De lo más injusto que he oído en mi vida», valoró el ex presidente de la Diputación, Marcos Martínez, durante su declaración. Supongo que sin querer sugerir que las acusaciones que se han hecho a Carrasco por enchufismo y otras cuestiones son menos injustas que una posible confusión -y volvemos a la frutería- entre manzanas y peras. O, como dijera científicamente Ana Botella: «Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suma una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque son componentes distintos».

De todas formas, Martínez salió de la cárcel de Navalcarnero tras su detención en la operación Púnica y en su pueblo, Cuadros, le recibieron con la música de Rocky. Eso también desorienta a cualquiera.

La verdad, yo tampoco sé dónde tengo la brújula.

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