El no saber quién es ni a qué viene ya levanta una gran polvareda en la tranquila, incluso monótona, vida diaria de esos pueblos sin novedades entre semana. Si no es el viajante del café o el vino, si no es un vendedor ambulante que irrumpa con su bocina... ¿quién es?
Y si, además, se queda y aparece nuevamente al día siguiente, sin aclarar nada... la leyenda se alimenta, crece y echa nuevas ramas.
La vieja leyenda recuerda aquel enorme ser vestido de blanco que cayó y quedó atrapado en los montones de abono y basura, profiriendo en las noches unos alaridos que a nadie dejaba dormir. Decidieron matarlo para que no sufriera más pero alguien preguntó ante el color de sus vestidos: «¿Y si es un ángel?».
La duda. No saber quién era, para qué había llegado, de dónde había venido le salvó la vida. Nadie quería matar a un ángel.
Nuestro paisano apareció un día, se sentó y no explicó nada. Solo sembró leyendas urbanas.
No era Gaudí pese a sentarse en su patio. Si era Clarín expulsado de su tierra ¿cómo vino y qué pinta aquí? Yencima lee, todavía peor. Por ello, y visto que no es peligroso ni agresivo, lo mejor es sentarse a su lado y esperar a que decida salir de su silencio, de sus misterios ¿Y si fuera un ángel?