La estampa la puedes encontrar en muchas puertas de las casas de nuestros pueblos. Los repartidores de propaganda no se pueden detener a ver si les abren para entregar su folleto y ahí se queda. Otro testigo más del estado de la nación (llámale provincia), estado de abandono o soledad en la mayoría de los casos pues si vuelves a pasar unas semanas más tarde comprobarás que los folletos ya están amarillentos y ajados, o arrugados y con la tinta corrida.
También es una forma de saber cómo ha sido el tiempo. Si el amarillo reina en las páginas es que el sol ha pegado fuerte, si la tinta se ha corrido es la lluvia la que ha hecho el estrago. Si conviven pues... nubes y claros, que es la fórmula más utilizada por el Calendario Zaragozano para cimentar su fama de que no se equivoca jamás, que es la misma idea que saber dónde iba cada cual en la procesión de Tauste: «Los de alante van delante, los de atrás van al final y los del medio... en la metá».
Otra cosa muy diferente sería que, en vez de folletos, estuviera colgada del picaporte una bolsa de tela con la hogaza de pan dentro. Ahí sí hay vida, no lo dudes, el vecino estará en la cuadra o habrá ido a dar un paseo o le han pillado sin vestir; no saldrá a recoger el pan pero allí hay vida, el panadero es el testigo más fiel de ello.
¿Lo de pagar? También es el vestigio más claro de la vieja y tradicional forma de relación entre tendero y comprador. Se lleva el producto, que sin pagar no va quedar pero tampoco corre prisa.
Te doy otra pista para estos días de sol. Mira las paredes, si las lagartijas tienen rabo... en ese pueblo ya no quedan niños, al menos de los traviesos.