Felizmente cada día puedes comprobar cómo pasea tranquilamente sus espléndidos noventa años largos César, sin apellidos, el fotógrafo, porque durante años su cámara era la única que plasmaba aquello que era noticia en la ciudad. Después llegaron Fernando Rubio y Mauri, pero seguían siendo unos pocos de apellido ‘el fotógrafo’.
Se podría decir que la realidad diaria de la ciudad era lo que a ellos les diera la gana, porque la noticia sin foto era menos noticia, «el papel pide calcomanía o es más soso que las truchas sin jamón», decía un lector mañanero y fijo del bar de mi juventud.
Antes que ellos habían estado pioneros de lujo; la pionera Mey Rahola; Manolo Martín, padre e hijo, y padres de tantas imágenes de la Catedral o esas mujeres bebiendo orujo en los amaneceres del mercado que ahora colorean como si quisieran quitarles dureza; los Gracia, de historias de hace más de un siglo al irrepetible Olaf de hoy con Belita en medio exponiendo sus 101 años de vida libre; el Marqués de Santa María del Villar, Garay, Lothy, Anselmo Lorenzo, Antonio... auténticos lujos con nombre y apellidos.
Y explotaron las modernas cámaras, los teleobjetivos de un metro hasta desembocar en los móviles que también son teléfonos pero, sobre todo, es un objetivo que apunta a todo lo que se mueve. Tu descuidado paseo metiendo el dedo en la nariz te convierte en foto para las redes, las calles se llenan de gente que en extrañas posturas busca el ángulo más sorprendente, si aparcas en un paso de cebra puedes librar de la Policía pero no del vigilante sin frac... y los profesionales son condenados a convertirse en el cazador cazando a los cazadores que bubuscan la pieza.
Los pájaros contra las escopetas.