«Todas las voces, todas. / Todas las manos, todas. / Toda la sangre puede / ser canción en el viento».
Cuando la vida se cantaba. Cuando los cantantes eran poetas o sustentaban su mensaje en los versos de los sabios de las tribus la gran cantora Mercedes Sosa reclamaba todas las manos para que su América Latina saliera, con España, del pozo en el que se estaba sumiendo.
No le hicieron mucho caso a la cantora. A la vista está.
Por cierto, era la propia Mercedes la que pedía que la llamaran cantora y no cantante pues se sumaba a la definición del filósofo de la canción, Facundo Cabral, quien decía: «cantante es el que puede y cantor es el que debe».
Cabral es quien nos regaló ese impagable consuelo: «Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo», que es la que te permite sonreír ante cualquier situación.
Y falta nos hacen consuelos para sonreír pues las cuarenta o cincuenta páginas del periódico de hoy y otras tantas de ayer y las mismas del último mes y otras tantas de los últimos años demuestran que si hay una certeza incuestionable en la realidad actual es que nada hay más alejado de las intenciones de nuestros jerarcas que hacer realidad el sueño de la cantora argentina:«Todas las manos todas...».
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