Entre el negro y el morado se mueve la Semana Santa, entre silencios y carracas, entre pasos y tambores. Es su estética, su fiesta, esa cultura de la muerte que cada año nos visita en los días previos a la mañana de resurrección.
Igual que por estas mismas jornadas, por más que el cambio climático y sus plagas compañeras vaya haciendo su labor de zapa, la primavera que está a punto de reventar con sus colores viene a suceder, lo quiera o no, a los rigores del invierno, con nieve o sin ella, que en ese mundillo hay mucha tela que cortar por más que los fieles del vaso medio lleno nos asalten con estadísticas y días de nieve.
Ya han pasado los días negros. Ya han guardado túnicas y trompetas, ya preparan los chavales las mochilas para el último arreón, ya han curado sus heridas los que procesionan descalzos, ponen cataplasmas a sus hombros quienes pujan con fe y con ganas y no se ‘arronchan’ como algún político que va a la foto y se coloca entre dos que le sacan medio metro, con lo que puja lo mismo que Belén Esteban por diccionarios.
Ya le abren la verja a la niña. Se la cambian por las puertas de entrada a los colegios, que no deja de ser otra forma de pasión.
Para bien, para mal, para disfrutar, para sufrir... Siempre depende.