No le des la mano a un pistolero zurdo

Pocas veces he comprado un libro por el título, en concreto, dos veces. La primera fue al ver en el escaparate ‘Nunca le des la mano a un pistolero zurdo’ de un entonces desconocido Benjamín Prado. Al ver el título viaje sin preguntar a las primeras lecturas de casi todos los niños rurales, a aquellas novelas del oeste que Angelillo me daba cada semana para que las cambiara en el quiosco de Tiquio y yo aprovechaba para leerlas y disfrutar con aquellos shérifs de siete pies de altura y pistoleros que primero disparaban y después preguntaban para seducir a la hija rica del malo rico. Pero dentro había niños maltratados, enseñándome la gracia de toda buena novela, sorprender. 
La segunda fue ‘El mito del eterno retorno’. No sé muy bien qué buscaba, qué intuía en aquella novela del rumano Eliade. Yla sorpresa fue que allí estaba la vida de mi pueblo, tan lejano de Bucarest, allí estaban las costumbres vinculadas a las cosechas, allí estaban los surtimientos por los que Tomasín el de Conversión intuía (y acertaba)las previsiones del tiempo que nos esperaba. Quién lo diría.
Pues en ese mito del eterno retorno está la imagen del fin de ciclo navideño. Ya está ahí la primera víctima del olvido, detrás llegarán más juguetes, árboles de plástico con su bolas, regalos de Papá Noel que ya caducaron... y se avecina un mes terrible para la sección de Cultura, que no tendrá un libro que llevar a sus páginas porque los publicaron todos para Navidad.
Eso nos pasa por darle la mano a pistoleros zurdos.