Amancio, un paisano de Villahibiera que saber ser artista –y grande– sin dejar de ser paisano, ha desentrañado el misterio de crear seres que pasan a ser vecinos. Una Negrilla que acoge en sus ramas a niños que necesitan jugar, padres que no saben qué les atrae de la imponente figura con la que juega su hijo, turistas que buscan un recuerdo que llevarse de León y que no sea la socorrida Catedral. Un hombre fusilado contra una pared con tanta vida que quienes celebran su muerte fueron a tirarles sangre encima y quienes lloran su muerte la limpian y les ponen flores. Un imponente San Jorge hecho sanitario que recuerda a quienes llegan al hospital que a la enfermedad también se la derrota y tal vez hoy la pandemia ya solo sea la palabra del año en esos juegos extraños que organizamos a final de año. Amancio siempre dice algo y sugiere algo más, con una esperanza indisimulada, que podamos ser una sociedad mejor y más feliz, porque el ideal de un hombre bueno, y Amancio lo es, siempre es él lo bueno camino de lo mejor.
Y después de sembrar León, y España, «y muchos países del extranjero», como dirían en Villahibiera, de esculturas que además de belleza siembran reflexión y pensamiento dice que «ahora mismo» donde más feliz se siente es en pequeños pueblos en los que percibe que puede hacer algo por ellos y la sana convivencia. Está muy orgulloso de esta ventana que ha colocado en el cementerio de Algadefe para que los muertos vean por ella la vida y los vivos observen por su hueco la soledad de la muerte. Soledad escrita sobre una fosa común que no encierra ningún recelo sino la vecindad más allá de los tiempos de quienes un día fueron vecinos en vida y se han ido a la casa común de la eternidad.
Lo sabe bien el escultor leonés, paisano y artista a partes iguales, que hace muy pocas fechas tuvo que ir a otro cementerio, el de su pueblo, para despedir a su padre.