Manos que abrazan

Fulgencio Fernández y Mauricio Peña
17/04/2025
 Actualizado a 17/04/2025
| MAURICIO PEÑA
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Dice el maestro Galeano en un libro que cuenta en píldoras las cosas que va viendo en la vida —el título ya sería para nota— que un médico —Oriol— que se encarga de traer niños al mundo, el mejor oficio posible, comprueba cada día cómo el primer gesto de los recién nacidos es abrazar, a su madre, aunque seguramente todavía ignora que es ella quien le ha traído al mundo.
Cuenta que después, ya en su cuna aunque todavía sin ver, su gesto más repetido es levantar los brazos, como buscando a alguien a quien abrazar; tal vez nuevamente a su madre, aunque no solo. 
Cuenta el maestro, con palabras mucho más bellas, que otro médico, sin nombre en este caso, que se ocupa de los «ya vividos» —ahí queda el regalo para los eufemismos de la vejez— que comprueba cada día cómo el último gesto del último  aliento de su vida es tratar de levantar los brazos, aunque muchas veces ya no les quedan fuerzas, como buscando el último abrazo que resuma todos los abrazos que han llenado sus días desde aquel primero que vio el doctor Oriol hasta el momento de partir. (Dice el gitano Puncho, viejo y sabio, para hablar de la hija que murió que «se fue»).
La vida es una sucesión de abrazos de los tuyos para sobrellevar los desaires y desamores de los otros. Abrazos de manos blancas o guantes negros, qué más da, entre los iguales. Sinceros, compañeros, cargados de verdad y que nada tienen que ver con las manos que no abrazan, las que vienen a enseñarse, a hacerse una foto ahora aquí y en un par de horas allá, como queriendo decir que vienen a abrazar. Pero no es verdad, no tienen la sinceridad de las manos que ve cada día Oriol o la esperanza sin fuerzas de los ya vividos, de poder devolver los abrazos que fueron alimentando un camino. 

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