Ahora que llegan geómetras de la cosa pública que ven lícito comerciar hasta con la sangre, el caso es comerciar, no puedes dejar de tener la impresión de cangrejear un día sí y otro también.
Cuando una generación ya antigua recuerda como verdaderas aberraciones vender la sangre que otros regalan generosamente sin saber destino, o cómo se acechaban las osarios de los cementerios para hacerte con los mejores huesos, calaveras que responden a la perfección a la descripción de un frontal, dos temporales, dos parietales, el occipital, el etmoides y el esfeniodes que recitábamos en las escuelas siguiendo las sabias enciclopedias de Álvarez; columnas vertebrales completas y hasta sin desviación;un espectacular fémur... sin olvidar las truculentas leyendas que corrían entre aula y cafetería de cómo llegaban a la sala de disección los cadáveres que se suponían cargados de una desgraciada historia anterior. No faltaba hasta quien encontraba allí, pasto del formol y las manos que practican con reparo, a algún pariente que creían desaparecido ¿o solo se le parecía?
Por ello, qué bendición esas exactas reproducciones que evitan tristes historias truculentas y no perjudican, todo lo contrario, a la investigación.
Aunque si lo primero es el marcado, igual es bueno cangrejear.