Uno de los más viejos juegos infantiles, para artistas de mitad de medio pelo, era aquel de «con un seis y con un cuatro... aquí tienes la cara de tu retrato», que ante las insistentes peticiones de los insaciables aprendices de todo debías ir completando «y si escribes un nueve, la oreja a salir se atreve» para llegar a la obra total: «Y con un cero... de cuerpo entero».
Y en las cuevas de Peña Librán, allí en el Buracón de los Mouros, o al abrigo del Pozo Rocebros en Morla de la Valdería, entre otros, dejaron nuestros paisanos de otros tiempos aquellas sencillas figuras que eran la expresión de su arte; como lo es el del vecino de Olleros de Sabero que ante el roble que le da sombra a la memoria del histórico Pozo la Herrera, ha esculpido la cabeza de un marino, con su pipa y su gorra de lobo de mar...
Y al lado de tu casa habrá decenas de testimonios de artistas anónimos que en un descanso de su andadura han construido su mensaje encriptado, en el que puede haber un mundo de distancia entre lo que él ‘escribe’ y tu ‘lees’...
Ahí tienes uno más, con el material más abundante en un otoño leonés, las hojas del árbol caídas que no siempre juguete del viento son, pueden serlo de unas manos que hacen caras... o lo que quieras ver.