Allá abajo, en el negror de los pozos, todo era diferente; solo ellos, los mineros, veían en la oscuridad, soportaban sin temblar el ruido de las jaulas al retumbar al final del viaje, se encomiendan a la patrona sin creer en ningún dios, se insultaban como fórmula de compañerismo, se jugaban la vida por estar a su lado...
Allá abajo existía otro mundo que es imposible entender con la luz blanca de un despacho. Y, sin embargo, la luz blanca de varios despachos iluminó los decretos cuya firma acabó con el negror de aquellos pozos en los que vivía otro mundo en el que hasta la mula que arrastraba los vagones formaba parte de la gran familia de la mina. La de la imagen es la última mula de ‘la Vasco’ antes de ser sustituidas por máquinas. Todos los que entonces trabajaban la conocen, saben su nombre, su historia, su ceguera de no ver la luz...
Hoy ya solo es un cuadro más de la exposición de los recuerdos.