El gabinete de prensa de quien sea –lo mismo da que da lo mismo– anuncia diez fotografías en el correo adjunto y te frotas las manos porque no habrá problemas para ilustrar la información, ya sea la salida de la vuelta, el corte de la cinta de 20 metros de carretera, la primera actuación de no sé qué festival, la solemne declaración institucional sobre el asunto más serio o el más baladí, el caso es aparecer.
Las siete primeras fotos son de la máxima autoridad que acude al evento –la del gabinete– en diversas posturas, tan fáciles de adivinar como las calles de San Feliz: Llegando, saludando, sonriendo, haciendo como que se interesa, solemne con la tijera en la mano y, finalmente, cortando la cinta.
A duras penas adivinas que hubo más gente en el evento, aunque alguno sí acudió pues las tres imágenes que completan el lote son de la segunda autoridad que acompañaba a la primera, a saber: llegando, saludando, sonriendo...
Y se acabó. Finis coronat opus. Al coche oficial y a otra cosa mariposa.
¿Y nadie se acuerda de aquellos que le dan gracia y lustre real al acto? Aquellos que se levantan al amanecer, se visten ellos para el momento, también visten a sus hijos para que mamen las tradiciones y los ritos de su tierra, le ponen música a la fiesta, soportan el calor sin rechistar, esperan instrucciones precisas para actuar, lo hacen y cuando ven el polvo del coche de la autoridad alejarse dan rienda suelta a lo mejor de lo suyo, la improvisación, la ironía, la mirada socarrona... en definitiva, aquello que nunca recogen las fotos oficiales.
Por eso son tan necesarias las otras, las oficiosas.
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