Dice un sabio como Braulio El Lugareño que «la única profesión de un niño es tener mocos y hacer un poco el cabrón». Hay que tener muy en cuenta cuál son las obligaciones de cada cual, para no equivocarse. Y los derechos, claro.
La profesión de estas ovejas y cabras es hacer la trashumancia, o la trasterminancia, y cuando van atravesando los caminos los demás deberíamos saber que son suyos, y cuando se detienen a beber deberíamos saber que aquellos pilones se los hicieron para ellos; y cuando pitamos desesperados, como si nos fuera la vida en ello porque un rebaño camina por la estrecha carretera y no avanzamos, con lo que nos descontrolan esas cosas, deberíamos recordar que son ellos los dueños de aquellas cañadas, veredas y cordeles, que la historia les avala y cuando no había coches ellos ya caminaban levantando polvo.
Que por ello una vez al año salen en el telediario atravesando Madrid, no porque los gobernantes sean solícitos amigos de los rebaños, los pastores ¡y los mastines... es porque la calle es suya, incluso en tiempos de Fraga.
Que el dueño siempre es el dueño.