Si ves la imagen y te quedas con el primer golpe de vista acabas convencido de que el enorme animal marino, ya sea delfín o dragón, acabará engullendo a los «bravos gladiadores», que diría el grandilocuente Olegario Cascos.
Si detienes algo más la mirada y reparas que los dragones, o delfines, son de plástico pensarás que los pinchas con una simple aguja y pierden esa fiereza de dientes afilados que exhiben.
Los gladiadores, déjalo en luchadores que no es poco, ni mucho menos, llevan años luchando contra monstruos marinos en tierra adentro. Porque no es fácil llevar al cinto de la tradición a unos chavales a los que están bombardeando día y noche con la gloria y los millones de los futbolistas;ni con los sueños de los padres que creen tener en casa a Messi o Modric a nada que el chaval meta un gol de tacón en el patio.
Porque no es fácil llevar al cinto de la tradición a chavales que al lado de la pradera del corro están viendo las piscinas repletas, los amigos tumbados al sol, los carteles de todas las fiestas que en la provincia abundan... Ymás complicado aún hablarles del gallo y el mazapán frente a títulos pomposos como el MVP, la bota de no sé qué y el balón de no sé cuántos... que puestos a soñar no vamos a reparar en gastos.
No es fácil caminar por un campo de minas, de eternos frentes y enfrentamientos, camino de aquella predicción de un viejo asambleísta: «Llegará un día en el que ni seamos bastantes para dos bandos y entonces no habrá marcha atrás».
Y, sin embargo, ahí siguen, con el dragón vigilando pero sigue siendo de plástico. Y este sábado se producirá ese extraño fenómeno de ver cómo se vuelven a emocionar con un sentimiento que creían que no existe.