Ahí tienes el aparcamiento de la guardería (la guarde, se dice ahora); en León, en cualquier barrio, en España, en el mundo, que la infancia es la única patria que no sabe de fronteras, ni de colores, ni de razas... seguramente se hace por ello mucho más incomprensible, te pone de la más mala leche que puede soportar tu alma, que se pueda bombardear esa patria sin fronteras, de colores vivos de felicidad y vida que primero convierten en hambruna y dolor, y después bombardean hasta la destrucción y dejan sus bicicletas bajo unos cascotes que hacen de ataúdes blancos, en los que se entierra en las tierras dignas a los seres inocentes.
Repiten los campaneros de esta tierra que no hay nada más triste en su oficio de hacer hablar a las campanas que tener que tocar a niño muerto. Imagínate a niño asesinado.
Debería ser obligatorio reponer estos días ‘¿Quién puede matar a un niño?’.
Dice El Lugareño de Almuzara, uno de esos tipos a los que jamás molestaba un niño, por trasto que fuera, que «la única obligación de un niño es ser malo, caerse de la bici y tener mocos. Y mí dame los peores, que son los mejores». Y remataba, «lo contrario que pide su madre»...
Porque cuando salgan de ‘la guarde’ la bronca se la llevan los tres de la derecha, los que han tirado ‘la moto’. Pero es de boquilla...