La verdad vive ahí, anida en esos ojos con destellos de tristeza y entusiasmo. En ellos están los sueños, la pasión, la pena por los días de pena, la ilusión por el esperado día en el que la visten con esa túnica y mira al mundo desde la humildad de quien observa desde abajo sin necesidad de entender a los de arriba .
En su mirada no hay limonada, ni turismo, ni chapas, ni postureo, ni figurones que pujan unos metros saludando encantados de haberse conocido y, sobre todo, de que les conozcan.
En esa mirada está el dolor cierto de quien ha creído la historia del hombre que muere en la Cruz con la misma emoción que unas semanas antes vio llegar a los Reyes Magos pilotando un trineo que viene desde muy lejos cargado de juguetes.
La misma mirada para la emoción por los regalos que le dejan junto al árbol que para la pena por un hombre al que van a atravesar con una lanza.
Nada que ver con las miradas de quienes celebran y viven otra historia. Y hoy, que se fue Mario Vargas Llosa, tal vez sea buen momento para preguntarse aquello que él perpetuó para Perú:
– ¿Cuando se jodió esa mirada? ¿Cuando le borramos ese brillo?
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