Cada elemento de las viejas casas tenía su aquel, su función y su razón de ser. Del cantapájaros al postigo, del ventanuco a la mosquitera... siempre encontrarás una hora del día o un momento de la vida en los que notas la necesidad de aquello que no sabías su utilidad.
Y no olvides nunca la técnica de prender la cocina sin que se te vuelva el humo y envuelva la cocina en niebla negra y tóxica.
El ventanuco allí arriba colocado, casi olvidado, se convierte en el lugar ideal para ciento y uno usos. Cuántos padres, cuántas madres, se han asomado sin ser vistas a altas horas de la madrugada para ver si en el horizonte divisaban el regreso de los hijos que habían acudido a la fiesta de algún pueblo vecino y no se han acodado de regresar.
Pero, hablando de fiestas, todo el mundo sabía que cuando se acercan las patronales del pueblo y en el ventanuco, tanto tiempo inadvertido, aparece una cazuela es más que probable, más bien seguro, que la repostera de la casa ha dejado allí a enfriar algún flan o postre casero que pide el frío de la noche pues, como decía Juanita, «el frío de las neveras está marraneado».
Otra cosa es que, ante el reclamo de la cazuela en el ventanuco, a la juventud se le ocurra alguna la idea de escalar a por el postre.