El día que llevando a cuatro adolescentes en el coche me di cuenta de que iban hablando entre ellos por mensajes de móvil y «se partían la caja» (expresión suya) frené en seco y dije muy digno: «Todos abajo, a hablar por el móvil a la calle».
No se inmutaron y le dieron la vuelta a la bronca, me la devolvieron con piedras en el tiragomas.
– Tú lo que quieres es enterarte de lo que hablamos, cotilla, que los carrozas sois todos muy cotillas.
¿Y qué haces? Pues tiras y callas, incluso te pones colorado, tampoco es para abrir un debate filosófico sobre el aislamiento, el individualismo, las bondades del filandón frente a la cultura del WhatsApp, la incomunicación, lo felices que éramos en la plaza pasando frío, que no saben jugar a nada... ¿seguro?
Si en vez de llevar a los tres adolescentes hubiera llevado al perro todo hubiera sido más tranquilo, mira la imagen, nada perturba la paz de los dos, cada uno a lo suyo, sin reproches.
Otra cosa es que llevando al perro te denuncie la Guardia Civil porque es más difícil cumplir la normativa de perro a bordo –europea, imagino– que sacar las oposiciones esas que aprobaron Pablo y Sara para ser astronautas.
Pero ese tema es muy otro, que diría Ataúlfo, el hombre anuncio.
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