Ha vuelto con más brío que nunca lo que podríamos llamar la Era de los Abusones, hijos bastardos de estos tiempos de matones nucleares, que te aprietan el cuello hasta que te rindes y cuando sacas la lengua en señal inequívoca de que no puedes más te dan a firmar un papel en el que reconoces que —tras amistosas conversaciones— has decidido que todo lo tuyo pasa a ser suyo; y bien agradecido que estás de que gente tan dialogante se haga cargo de tus cosas.
Y en estos tiempos de tanto vendes tanto vales reaparecen también las viejas leyendas, los artefactos caseros, las historias de arco y flechas o tiro con honda, aquellas en las que David podía con Goliath.
Porque, ¿quién no se ha hecho un arco con una vara de avellano, lo ha atado con una alambre del cierre de un huerto y se ha armado con una flecha construida con los radios de una bicicleta vieja? Y después, al apuntar hacia ellos, todo el mundo se apartaba asustado de la locura que nunca acababas cometiendo de disparar.
No pasaba nada. Solo era un juego, el juego de sentirte por un momento el dueño del boton del pánico, que nunca nadie apretó porque solo era un juguete, como esas pistolas tiradas en el suelo.
Como es un juego, o un deporte, lo que le enseñan al chaval.
El botón del pánico
La última de La Nueva Crónica
21/10/2025
Actualizado a
21/10/2025
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