Arando cantares

Fulgencio Fernández y Mauricio Peña
27/06/2024
 Actualizado a 27/06/2024
| MAURICIO PEÑA
| MAURICIO PEÑA

Hubo una generación de acordeonistas en Omaña, Babia o Laciana, por ejemplo, a los que cada día del año le deberíamos colocar un ramo de las flores más bellas y silvestres en sus lápidas; para que cada mañana sepan que, aunque tarde, nos hemos dado cuenta de quién son, quiénes han sido, lo que les debemos y no nos habíamos dado cuenta de ello o, cuando menos, no se lo habíamos dicho. 
Paisanos que cada día araban las tierras, segaban la hierba o bajaban al corazón de la mina para en las noches de fiesta o filandón coger el acordeón y mostrar un virtuosismo casi impropio de su condición de autodidactas en la mayoría de los casos, pero con una facilidad para la música y los cantares que se convertían en una bendición para sus pueblos y sus fiestas; con una creatividad para recoger o crear coplas y cantares que han sido recogidas por quienes supieron ver el valor de este impagable patrimonio.
Gente como Salvador, el de Villanueva de Omaña, del que aún anda por ahí el romance con una copla para cada uno de los pueblos de la comarca; un maestro de la acordeón que, al menos, sí tuvo el reconocimiento de ser Omañés del Año 2011 para escuchar en el acto, después de escucharle, un reto singular: «Si hay quien lo haga mejor... que suba». No subió nadie.
 A buen seguro que los Norberto Magín, Borja R. Cuadrado y tantos otros no han nacido por generación espontánea. 

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