En la planta baja de la casa de Firmo, el ilustre acordeonista de Quintanilla de Babia, siempre hay alguien mirando por la ventana o la cristalera de la puerta.
Hay otros muchos lugares, viejas tiendas cerradas, en las que nunca falta alguien con ganas de viajar con la mirada. Como ocurre con los centenarios y añorados Benavides de La Robla, por ejemplo.
Es cierto que buscan volver a ver una báscula, una máquina de expender aceite, la cortadora del bacalao seco, las abigarradas estanterías para tratar de recuperar en el viaje el tiempo consumido. Pero lo realmente duro es la puerta cerrada, ninguna puerta abierta en mil pueblos para comprar algo, lo básico y necesario, vinagre o madreñas.
Se hacen imprescindibles esas viejas cantinas que en una esquina del mostrador se convierte en tienda almacén, como la de Josu el de Maraña, por recordar a uno que le duele el abandono... Aunque no sea ése su cometido.