Estrellado en la noche

Después de coquetear con el mundo de las drogas, el joven protagonista de este relato se replantea su vida intentando encontrar un sentido a la misma, ofreciéndonos un final impactante

Alejandro Santos
16/08/2020
 Actualizado a 16/08/2020
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Eran las 4 de la madrugada y él seguía deambulando como un vagabundo por los callejones de la ciudad. Había decidido escaparse del bullicio del sábado noche. Quería emprender otro rumbo en su vida. Los jóvenes, como él, buscaban el disfrute en sitios erróneos, y él, que también era uno más entre ellos, había coqueteado con las drogas en espera de sentirse pleno, libre y fuerte, pero aquellas sensaciones, que le procuraban las drogas, eran momentáneas. Y ese no era el camino que deseaba seguir.

Él lo quería todo y siempre, todo y siempre, eso mismo, hasta que se dio cuenta de que la compañía de aquellos jóvenes con los que andaba no le beneficiaba en absoluto. Y además le estaba impidiendo llegar a su destino. ¿Pero cuál era su destino? Necesitaba saber cuál era su destino. Necesitaba pararse a reflexionar.

Sólo podría saberlo si se atrevía a cruzar el desierto de la soledad donde el dolor es insoportable y la sed de verdad no tiene fuentes fiables. La vida resulta a menudo cruel. Con algunas personas, la vida se pasa el tiempo jugando a la gallinita ciega riéndose a carcajadas. Es entonces cuando te envía señales erróneas, que te conducen por caminos indeseables. Mareado y sin fuerzas es probable que desvíes del camino adecuado. Y te metas de lleno en un camino intransitable. A veces logras llegar a algún paraje donde las vistas son indescriptibles, donde el sol rojizo es engullido por un mar en calma.

Por fin, después de pasar por numerosas callejuelas, aquel joven encontró lo que buscaba: el paseo marítimo, la playa y una inmensa extensión de agua salada acunada por la luna. Se apresuró a bajar los escalones y en cuento pisó la fría arena se quitó los zapatos y calcetines y los escondió en un cubo de basura; sus pies estaban llenos de heridas y de ampollas. Entonces, se dirigió a curarlos con el agua del mar. Y luego se dispuso a caminar sobre la arena de la playa, lo que le procuraba un gran placer. La playa formaba una curvatura enorme y a lo lejos podía ver las luces que emitía el faro, aquel paisaje le transmitía serenidad.

De pronto, sintió cómo sus pies, al igual que su alma, estaban plagados de heridas y magulladuras causadas por su baja autoestima. Debido a este motivo se desnudó de pies a cabeza y apartó la ropa a un lado; una vez desnudo fue caminando poco a poco en dirección al mar. Sin dudarlo, se sumergió en el agua salada y se puso panza arriba dejándose llevar por la débil corriente marina.
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