11/09/2022
 Actualizado a 11/09/2022
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El presidente de Francia Enmanuel Macrón ha rechazado la propuesta de España, junto a Alemania y Portugal, sobre la construcción de un gasoducto parar contrarrestar el chantaje energético de Putín. Y, sobre resolver el grave problema de suministro de gas, se ha apoyado en una frase de su predecesor Charles de Gaulle: «No sé por qué debemos saltar como cabras del Pirineo».

Además de habernos endilgado a los Borbones (secuestrándolos luego por Napoleón para colocar en el trono español a su empinado hermano, Pepe Botella), y esquilmar en la Basílica de San Isidoro las tumbas de los reyes leoneses convirtiéndolas en pesebres, al francés le dan de vez en cuando ciertos yuyos desdeñosos hacia España y los españoles.

Recuerdo que allá por los noventa del pasado siglo, para preservar la captura de la merluza, los buques de guerra franceses se liaron a cañonazos contra los pesqueros vascos que faenaban en el Golfo de Vizcaya. También, por aquel entonces, los agricultores franceses incineraban camiones españoles cargados de frutas y hortalizas ante la mirada bovina de los gendarmes. Luego,a raíz de los logros deportivos hispanos tras un pasado sin brillo, los franceses largaron que era la drogadición la causa victoriosa. No podía ser que en tan poco tiempo, y tras una cruenta guerra civil, un país hubiese pasado de la nada a la excelencia deportiva. El discutido dopaje del ciclista Alberto Contador lo confirmaba. De paso había que meter en el saco de estupefacientes a Nadal,Gasol, Indurain o Perico Delgado. Y ya la de San Quintín, estar sin rascar triunfo en su Roland Garros, cuando los españoles lo conseguían 20 veces (14 Nadal), era como poner una esquela mortuoria en su Arco de Triunfo.

Recuerdo aquella llegada a París, a finales de los sesenta. En un modesto barrio, Levallois-Perret, al lado de la casa donde vivía el primo Marcel, hijo de mi madrina Teresa casada con un francés, había un pequeño parque con cuatro canchas de tenis abiertas para uso público, mientras que en León, ya con cien mil habitantes, sólo podían jugar al tenis en dos únicas canchas los pudientes socios de El Casino.

Llamé por teléfono a mi primo:– Oye, Marcel, ¿tú te sumas a esa noticia que ha salido en Le Monde y en Canal Plus según la cual los deportistas españoles se chutan.

– Absolutamente no

– Y los exitosos motoristas españoles, ¿también se nutrían con la ‘pócima mágica’?

– No, los motoristas no, las motos.

– ¿Cómo? ¿Has dicho las motos?

– ‘Oui’, porque algo le echáis a la gasolina, al aceite o a los neumáticos.

– ¡Vete a la mierda Marcel!

Me telefoneó mi primo al cabo de unos días pensando que ya se me había pasado el cabreo transpirenaico.

– ‘Mon cousin, commet allez-vous’?

– ¡Dien-Bien-Fu! –le respondí con orgullo–. Porque nosotros no nos rendimos en Filipinas y vosotros os habéis bajado vergonzosamente los calzones en la
Conchinchina ante los nortvietnamitas de Ho-Chi-Min.

– No te me enfades, Pepe, por favor, sepas que en la final de la Copa del Mundo de fútbol, que habéis ganado en Sudáfrica y por primera vez, yo, como muchos franceses, iba con España, no con Holanda.

– En algo os habrán ofendido los holandeses –le corte y proseguí–. ¡Ah!, se me olvidaba, Marcel, ¿los guardias que vigilaban en las playas de Argelès-sur-Mer a los derrotados y hambrientos españoles en 1939 no eran senegaleses? Aunque, eso sí, al mismo tiempo que la Guardia Mora de origen marroquí escudaba en sus salidas a ‘su excelencia superlativa’. África empezaba en los Pirineos, sí, por abajo, pero también por arriba.
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