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Espíritu navideño

23/12/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Llevo unos días sin salir a estas horas y me sorprenden las calles con un bullicio de media mañana impropio de esta ciudad. Los coches hacen sonar sus bocinas con una fruición tensa y prolija, los transeúntes aceleran a la mínima ocasión e ignoran los semáforos sin tampoco hacer aprecio de los ofendidos rostros de los conductores o sus imprecaciones; pararse en medio de la acera agravia y es sancionado con miradas aviesas y alguna palabrota: hay que encaminarse a algún sitio y hay que hacerlo deprisa, por supuesto. Por casualidad (o quizás no) entro en un comercio de esos que tienen de todo y nada que pueda necesitarse, tal vez atraído por el escaparate inverosímil que vuelca sobre la calle la insinuación de alguna de esas realidades posibles que nunca fuimos capaces de imaginar. A mi derecha se expone un futbolín mínimo de madera chapada y colorista que sabemos no aguantará dos partidas de verdad, una hucha con forma de dinosaurio rosa que resuena con algo que llaman música y un gorro con la forma de los cuartos traseros de Papá Noel. A mi izquierda hay más maravillas semejantes. Alguien lo ha hecho por nosotros, alguien ha dado rienda suelta a sus delirios íntimos y en este lugar ha dispuesto objetos, perfectamente inútiles y prodigiosos, que recuerdan cuánto ha cambiado todo desde nuestros padres y abuelos, aunque no sepamos afirmar con seguridad en cuál de esos mundos querríamos estar, si en aquel tan auténtico y lleno de penurias, necesidad y angustias melancólicas, o en este en que un universo de plástico en sus mil y una formas nos ofrece paraísos fugaces, frívolos y variadísimos en los que distraer la mala conciencia inherente a su despliegue.

Por no liarme en este tipo de dilemas idiotas e insolubles, salgo de nuevo a la calle, a cambiar de tercio. Busco una cafetería. Al entrar franqueo el paso a una pareja huraña que ni me mira, como si mi obligación fuera sostenerles la puerta. Pido un café y doy las gracias sin éxito. Alrededor se adensa un frenesí que me temo no es culpa de la cafeína: todos a los que miro parecen autorizados a perder las formas a causa de las prisas o de un agobio de última hora que convierten estos días en los más tensos del año.

Tengo pendientes un par de recados y no logro concluir ninguno de ellos, pese al compromiso previo de que estarían para estas fechas: estas fechas, ya se sabe, me dicen precisamente a modo de disculpa irrebatible. Desorientado por esa iniciación a un tipo nuevo de lógica, salgo a la calle algo aturdido y soy arrollado con displicencia por no haber adoptado en tiempo y forma la velocidad de crucero adecuada al caso. Inicio discreta maniobra evasiva por callejas laterales, evitando mercados, bares y demás establecimientos públicos ahítos de espíritu navideño. Quizás otro día. Feliz Navidad a todos.
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