Escanciano, el artista total

Por Julio Llamazares

Julio Llamazares
20/02/2020
 Actualizado a 20/02/2020
Miguel Escanciano destacó en diferentes disciplinas artísticas, entre ellas la música. | MAURICIO PEÑA
Miguel Escanciano destacó en diferentes disciplinas artísticas, entre ellas la música. | MAURICIO PEÑA
Miguel Escanciano fue el primer amigo que tuve en León. Lo conocí recién llegado de Madrid, donde había estudiado el Bachillerato interno en un colegio de Capuchinos, hacia finales de 1973 y la primera vez que lo vi fue en una cafetería de Ordoño tan cursi como su nombre: Flor. Nos había citado allí Mercedes Castro, una desconocida poeta que pretendía crear un grupo de poesía en la estela de Espadaña y Claraboya y que, ni corta ni perezosa, había anunciado su propósito por la radio. Los únicos en acudir a su llamada fuimos Miguel Escanciano y yo y desde entonces seríamos amigos aunque la vida nos llevara por caminos diferentes, él siempre fiel a León y yo de vuelta a Madrid al cabo de algunos años, no muchos.

Con 18 años, Miguel Escanciano era un chico pulcro, formal, con ese aspecto de hijo de militar de la Aviación que tanto abundaba en León por aquella época, pero ya mostraba algunas desviaciones que nada tenían que ver con su aspecto externo: escribía poesía, le gustaba la canción social y hasta tenía un grupo de música en el que él ejercía de vocalista y que tenía un nombre tan desafortunado como el de la cafetería en la que nos conocimos: Chusma.

Durante un par de años, en el grupo que surgió de aquella primera cita (Barro lo bautizamos en concordancia con el ambiente social del momento), asistí a la metamorfosis de Miguel tanto en el aspecto físico como en el intelectual. En el bajo en el que nos reuníamos, en la plaza del Caño de Santa Ana, vecina del Barrio Húmedo, tanto él como yo comenzamos a dejar atrás nuestra adolescencia, la mía la propia de un chico de pueblo trasplantado a un internado religioso y la de él la de un hijo de familia media, con un padre militar con todos los tics de los militares franquistas. Tertulias, fiestas, guateques (¡qué antigua queda la palabra ya!) y el peregrinar constante por las tabernas del Barrio Húmedo, donde se reunían los clandestinos partidos de izquierda, nos sacaron de la inocencia y la inopia y nos fueron convirtiendo poco a poco en desharrapados vates con pretensiones revolucionarias y en improvisados poetas y periodistas de radio: en la misma emisora desde la que Mercedes Castro había hecho el llamamiento público para formar un grupo de poesía, comenzamos gracias a su director de entonces, Alfredo Texeira, y a sus dos personas de confianza, los periodistas Gonzalo Rodríguez y Pura Francisco (también andaba por allí Pedro Trapiello, que fue el primero que nos entrevistó), un programa de radio semanal que comenzó siendo de literatura, pero que se fue politizando poco a poco a medida que Franco se moría. Corrían los años 70 y la poesía entonces era un arma cargada de futuro.

Aquello duró unos años, los justos para que el grupo Barro se disolviera no sin antes haber publicado un libro de poesía tan pretencioso como olvidable, pero del que personalmente guardo un grato recuerdo, no en vano en él están mis primeros poemas escritos, y cada uno de nosotros tomó su propio camino, algunos, como Mercedes Castro y José Carlón, ya lejos de la ciudad. Miguel Escanciano se dedicó un tiempo a la política, quizá por ingenuidad, quizá por reacción a la figura de su padre militar, llegando a ser, primero, responsable en la provincia de León de un partido maoísta clandestino, el Movimiento Comunista de España, lo cual tampoco tenía mucho mérito: eran tan sólo tres militantes, una su novia y otro un amigo, y más tarde del movimiento ecologista leonés, pese a que detestaba el campo y, cuando íbamos de excursión a la montaña, llevara un matamoscas en el bolso para ahuyentar a los insectos, que tanto le hacían sufrir.

Estaba claro que lo de él era el arte y la poesía. Y al arte y a la poesía se dedicó cuando dejó la lucha política en todos sus frentes. Por los años 80, Miguel cantaba canción protesta por el día y boleros por las noche con los Platis, el grupo que creó con sus amigos, actuaba con una orquesta tradicional en las fiestas de verano de los pueblos para ganarse la vida, componía canciones, incluso grabó un disco, 'Banderas de abril', con el que llegó a tener cierto éxito local. A la vez, seguía escribiendo poesía y diseñaba (hizo un curso en Madrid de tres meses, que vivió alojado en mi casa de Chueca) y por los 90 comenzó a pintar, actividad que le absorbería casi por completo al pasar del tiempo, sobre todo a partir de enfermar y de retirarse de la vida pública y de la noche, llegando a hacer varias exposiciones, la última en la galería Ármaga de León no hace mucho tiempo. Fue, pues, un hombre renacentista, un artista total y poliédrico cuya única limitación era la de haber sido fiel a una ciudad que nunca estuvo a su altura por más que le tratara con cariño (no todos), como se ve ahora ante la noticia de su temprana muerte. Descanse en paz el amigo, el poeta, el músico, el pintor, el soñador de peces y de manzanas que siempre estaba en las nubes y cuyos cuadros estaban llenos de personajes alegres, pero de cuyos ojos pendía una lágrima furtiva. Como del de Miguel.
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