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Envites, renuncias y brindis al sol

01/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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No somos héroes. Aún así, reservamos las que presuponemos vastas extensiones temporales del estío para alcanzar proezas y rendir nuestros propósitos más anhelados y postergados, una retahíla de conquistas que, durante el resto del año, nos niega la cotidianidad, ese monstruo de mil cabezas. Son diversas y corrientes las quimeras que reservamos para esta estación. Conocer ese país que no existe más que en nuestro magín, viajar a lugares improbables que figuran en todos los sueños, leer ese novelón que tenemos a la vista durante los meses previos, seducir a esa persona que ha de cambiarnos para siempre o al menos para un fin de semana, contemplar atardeceres ficticios y constelaciones de nombres enigmáticos, desconectar de los quehaceres que nos acosan y se cuelan en cada resquicio que les damos, holgar, tal vez holgar… Ser otros, renacer, cambiar. Pese a su estacionalidad, anhelamos un verano definitivo, que permanezca más allá de su condición temporal.

Sin embargo, a medida que trascurren las semanas y se acumulan las renuncias, menguan nuestras fuerzas o se acortan los días, vamos estrechando esos deseos para hacerlos más humildes y asequibles: una excursión desbaratada por una huelga de transporte, capítulos de obras maestras leídos y releídos en el sopor de la siesta, el saboreo de alguna fruta en cuya maduración tuvimos algo que ver, el festín nocturno con un puñado de amigos que siempre quisimos reunir, un dolce far niente a trompicones… También tan modestas epopeyas se malogran las más de las veces, y el verano nos maltrata revelándose otra estación más, con sus propias normas y trabajos, de la cual igualmente llegamos a saturarnos. Entonces, justo al final, clamamos por un desquite siquiera simbólico, un brindis al sol.

En uno de sus trabajos más afamados, el hombretón griego cuyas hazañas nos guían robó el ganado del lejano gigante Gerión. Por esas tierras hoy gaditanas levantó las afamadas columnas de Hércules en el confín del mundo conocido entonces, emblema heráldico de nuestro país con el mudable lema (non) plus ultra. Uno de sus gestos en el curso de esta hazaña revela el estado de ánimo del héroe, abrumado por los sofocos del desierto o tal vez por el esfuerzo prolongado de sus venturas: quizás sencillamente porque lograr todos sus empeños (recordemos que nos aproximamos a su conclusión) angustia lo mismo que no conseguir ninguno. En medio del viaje y de la gesta, Hércules apuntó al sol y disparó. Lo mismo que don José Sazatornil, Saza, cabo de la Guardia civil en aquella película memorable. Sin conquistas ni orgullo, a punto de regresar con las manos vacías y el ánimo adormecido, a finales del verano nuestra ambición se conforma con alguna peripecia de ese cariz. Y sobre todo con que amanezca. Solo eso ya no parece poco.
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