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Entrevista con el demonio

13/12/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Hace unos días la escupidera virtual en la que en ocasiones se convierten las redes sociales se llenaba de algo de bilis tras saberse que Àngels Barceló entrevistaría en ‘Hora 25’ al secretario general de Vox Javier Ortega Smith. Sinceramente me da lo mismo el nombre y siglas políticas del entrevistado y del entrevistador en este caso concreto, lo que sí me preocupa es el trasfondo de la cuestión y los principios morales que enarbolan algunos como los verdaderamente válidos para juzgar a quien puede entrevistar o no un periodista. E insisto, esta cantinela de creerse en posesión de la verdad y autoproclamarse el defensor autorizado de las libertades viene de todos los puntos cardinales de la política.

Esos que se rasgan las vestiduras porque uno de sus periodistas de referencia va a entrevistar a un personaje concreto deberían saber que esa decisión ha sido adoptada tras haberse sometido al examen más importante que tenemos, que no es otro que la autorregulación. Este proceso de consulta y debate profesional y personal se cimienta en la deontología de nuestra profesión y en la propia ética del periodista, poniendo en primer lugar el derecho a la información que tiene la ciudadanía, dejando en un segundo plano las fobias o preferencias personales. Por esta razón, me parece injusto que las hordas 2.0 comiencen su carga contra un periodista cuando además todavía no ha realizado la entrevista en cuestión. Porque ahí está el santo grial del periodismo de rigor. No en a quien entrevistas sino cómo has conducido esta conversación con el invitado y cómo con tus preguntas buscas que el lector, oyente o telespectador pueda conocer al entrevistado y sus posturas ante ciertos temas de interés general. Y ahí hay dos maneras de entrevistar, ir a una cocina para que entrevistado y entrevistador hablen del sexo de los ángeles y de lo bonito que son los atardeceres o ir más allá y preguntar lo que tu invitado no querría nunca contestar, pero que bajo tu criterio periodístico sí debería ser conocido por el público.

¿Existen ciertas líneas rojas que nunca deberían sobrepasarse a la hora de decidir si se debe entrevistar o no a un personaje? Y en el caso de haberlas ¿quien o quienes las identifican y en base a qué criterios? La respuesta nos conduce inexorablemente a las tablas sagradas del código deontológico de la profesión y a la autorregulación. Eso sí, no pretendamos encontrar respuestas absolutas que digan que nunca nadie ni en ninguna situación debería poder entrevistar a una persona en concreto, porque nos estaríamos equivocando, ya que no hay una fórmula exacta e inamovible que nos indique la idoneidad o no de que alguien sea entrevistado. Y es que existen muchos factores variables en el tiempo que pueden inclinar la balanza hacia uno u otro lado.

Los atrevidos que apuestan por la línea de la legalidad pueden defender que ninguna persona que haya cometido un delito debería ser entrevistada en un medio de comunicación. ¿Pero esta norma sólo comenzaría a tomar vigencia tras una sentencia definitiva del juez o también durante el proceso judicial? ¿Y una vez que haya cumplido con la condena entonces si puede pasar al lado de las personas entrevistables? Siguiendo esta teoría entonces ¿se podría entrevistar o no por ejemplo a Puigdemont o a sus camaradas que están huidos de la justicia? ¿Y al padre de Wikileaks Julian Assange que también está en busca y captura? ¿O metemos el condicionante de según de que país o tribunal sea la condena? Todo sea, faltaría más, por adaptar la decisión a nuestros ideales políticos y morales.

Otros quizás digan que no se debería poder entrevistar a aquellos qué aunque no han sido juzgados sí que incitan a la violencia, a la discriminación o a otras conductas muy lejanas de cualquier sociedad democrática. Entonces siguiendo este supuesto axioma, no se podría entrevistar al amigo Torra por su ‘apretad’ a los violentos o su camino esloveno de violencia hacia la independencia, ni tampoco a Nicolás Maduro, ni a Vladimir Putin, ni a Donald Trump... ¿O incluimos otro condicionante para decir ante qué incitaciones a la violencia y no respeto a los derechos fundamentales de cualquier ser humano se puede mirar para otro lado?

Y así podremos seguir aportando teorías en las que basarnos para lapidar virtualmente a éste o aquel periodista cuando anuncia que va a entrevistar a un personaje de diverso pelaje, pero me temo que todas carecerán de coherencia, porque de tenerla más de uno fibrilaría cuando utilizando su mismo argumento se pueda defender la entrevista a una persona que para él es la reencarnación del mismísimo demonio. Por lo tanto, lo más coherente es no criticar la realización de una entrevista antes de que ésta suceda. Y posteriormente ya cada uno podrá valorar si el periodista en cuestión le ha puesto al entrevistado una alfombra roja para que desfile o sí por el contrario, le ha llevado por un camino más o menos tortuoso para conseguir desvelar los verdaderos motivos de sus acciones pasadas, presentes o futuras.

Y por último y aunque sea de Perogrullo, hay que recordar que entrevistar a alguien no es sinónimo de compartir y defender las mismas ideas políticas, sociales o religiosas del entrevistado. Entrevistar es poner a un lado los propios prejuicios, no tener una actitud de reverencia, no evitar temas incómodos para el entrevistado, no convertirse en el protagonista y no pretender erigirse en juez supremo, en definitiva, no traicionar el código deontológico de nuestra hermosa y complicada profesión, y lo que es más importante y más difícil, entrevistar es saber hacer las preguntas exactas en el momento oportuno.
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