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Entre Chaves Nogales y Quevedo

05/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Uno vive de estímulos intelectuales, lee y escribe a vuela letra, y se deja aconsejar por amigos sabios. Es el caso que ahora me lleva a tirar del hilo de dos lecturas recientes para hilvanar este comentario. La una (lectura) ha sido el excelente y oportuno artículo de Ernesto Escapa titulado ‘Una mirada delatora’, en el que, con motivo del 75 aniversario de su muerte, recuerda la extraordinaria obra de Manuel Chaves Nogales, hasta hace poco olvidada. Así que, bajo este estímulo me he puesto a leer (y releer) alguno de sus libros y artículos.

La segunda lectura ha sido el original libro de Juan Pedro Aparicio recién publicado, ‘Cien relatos cuánticos’, donde me he topado con un texto de Quevedo que me ha empujado a leer sus ‘Escritos políticos’ y a releer sus ‘Sueños’. Y así, siguiendo el azaroso encuentro de lecturas que, como meteoritos, pueden chocar en el cielo de nuestro cerebro y desprender una nueva luz, así, digo, me he visto atrapado por dos pensamientos, uno de Nogales, otro de Quevedo, que piden que los ponga en contacto al modo del fortuito encuentro entre una máquina de coser y un paraguas, que cantó Lautréamont y pintó Dalí.

El de Nogales viene en un artículo que escribió en Irlanda durante la segunda guerra mundial sobre el ejército americano, que titula ‘La fuerza constructiva y la potencia destructora’. Dice ahí que «cuesta tanto trabajo destruir como construir. La potencia tiene que ser la misma (...). Los mejores constructores serán también los mejores destructores».

En contra de lo que podríamos pensar, explica que Hitler fracasó porque no tenía suficiente fuerza destructora. Los americanos, en cambio, tenían «fe ciega en la eficacia de su capacidad destructora»; pero, y aquí viene lo más importante, esa fe nacía de su fuerza constructiva, de su amor a la vida y no a la muerte, como ocurría en el nazismo. «¿Qué es más eficaz, la desesperación o el entusiasmo? ¿Qué da más fuerza al hombre, la plenitud o la miseria, la conciencia del valor que tiene la vida o la triste convicción de que no vale la pena conservarla?», se pregunta.

La reflexión de Quevedo es igual de lúcida, pero más desgarradora. Habla de la muerte de César y nos cuenta cómo Tilio Cimbro le quita la capa y la asesta la primera puñalada por la espalda: «Esta primera herida, que no fue de peligro, fue la mortal, con ser la primera, pues dio determinación a las otras». Y añade: «El Rey que se deja quitar la capa da ánimo para que le quiten la vida».

Hace a continuación otra reflexión. Cuando Casca está a punto de clavarle el puñal, César la pregunta «¿qué haces?», a lo que comenta Quevedo: «Quien pregunta lo que padece, con razón padece, y sin remedio, lo que pregunta. No puede ser mayor ignorancia que preguntar uno lo que ve». Y concluye: «Achaque es de la majestad descuidada preguntar al que le destruye y no creer al que le desengaña».

Una y asocie el lector estas dos ideas y trate de aplicarlas a su vida, verá cuán provechosas son. Y tanto valen para la vida personal, ese reto permanente en que consiste vivir, como para la vida colectiva y la política. Al fin y al cabo, no tenemos medio mejor para vencer obstáculos, asegurar la supervivencia y encarar el caos sobre el que se asienta la vida, que dejarnos guiar por unos pocos pensamientos iluminadores.

Aceptemos que «fuerza constructiva» y «potencia destructora» son ambas necesarias. El buenismo irenista no nos salva, ni con él podremos construir nada. En esta lucha de contrarios y necesarios, la conciencia de la vida y el entusiasmo son superiores a la desesperación y la atracción de la muerte. Y tengamos el valor de mirar a nuestros enemigos de frente. En la vida sí, hay adversarios y competidores, pero también enemigos. Son los menos, pero eso no importa, porque, dependiendo de lo que esté en juego, pueden acabar siendo muchos. Si uno actúa impunemente arrastra a los demás, como nos dice Quevedo.

Y sí, no hay mayor ignorancia, cobardía y estupidez, que ponerse a dialogar con quien te está apuñalando y preguntarle qué está haciendo. Claro, para tener esto claro hay que aceptar lo que señala Chaves Nogales, la ineludible necesidad que tenemos de destruir todo aquello que nos destruye. No es una invitación a la violencia, sino una exaltación de la vida.
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