11/08/2022
 Actualizado a 11/08/2022
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A la entrada de León, por la carretera de Asturias, justo al lado de la primera rotonda, pegando al bar ‘Langreo’, hay un cartel enorme que dice, poco más o menos, que «la montaña no quiere parques eólicos». Seguramente no estén de acuerdo, tampoco, con que se instalen en ella molinos aerogeneradores, como tampoco estuvieron de acuerdo, hace décadas, con la construcción indiscriminada de pantanos... Creo que el anuncio ocupa el mismo espacio que ocupó, hace pocos años, el del ‘Latin Lover’, la casa de putas más emblemática de la ciudad. Yo creo que fue un dinero tirado, porque esos sitios, como los restaurantes, funcionan con el boca a boca: si sales satisfecho del servicio, lo recomiendas y santas pascuas.

Hace años, no demasiados, leí un libro de Václav Slim cuyo título lo dice todo: ‘Energía y civilización. Una historia’. El autor afirma que «la energía es la única moneda de cambio universal. Sin la transformación de la energía no hay nada. La vida en la tierra depende de la conversión de la energía solar en biomasa vegetal, mientras que los seres humanos hemos aprendido a utilizar otros flujos de energía, como los combustibles fósiles o la generación fotovoltaica de la electricidad». Me pareció un libro magnífico y compré alguno más del checo, hasta que me enteré que es el escritor de cabecera y más admirado de Bill Gates, el de Microsoft y lo dejé de comprar. Uno no puede, por una cuestión casi religiosa, leer y admirar a los mismos que lee y admira él. En fin...

Todo este tinglado comenzó hace diez mil años, cuando los hombres descubrieron la esclavitud de la agricultura y se juntaron a vivir en lugares estables, cada vez más grandes y con mayores necesidades. Hoy, se puede dar la paradoja de que cuando es más extenso el poder de los hombres sobre la naturaleza, involucionemos, asunto que traerá como consecuencia que nuestros hijos y nuestros nietos no obtengan la suficiente energía para seguir creciendo como civilización. O sea, que vivirán peor que nosotros. La ideología nos ciega muy a menudo. Estamos sufriendo el acoso constante y pertinaz por parte de los ecologistas con lo del cambio climático. ¿Existe?, ¿es una exageración? No voy a ser negacionista: existe, pero, como en las cacerías, no es tan fiero el león como lo pintan. Además, nos equivocamos con la estrategia. Si queremos hacer frente en serio al cambio climático, deberíamos permitir a las regiones que de verdad están pasándolo mal, (toda África, 1.200 millones de personas, América central, y parte de Asia, sobre todo la India, con otros 1.300 millones), que utilicen todos los combustibles fósiles que puedan. Es el único camino para que alcancen un nivel de vida aceptable y una vez conseguido se puedan adaptar a los nuevos estándares que imponemos los occidentales. Es estúpido pensar que utilizando energía eólica o solar puedan avanzar hasta poder equipararse a nosotros, gente ociosa y descreída, en la que se muere mucha más gente por comer a lo tonto que por pasar hambre. Esta idea, por supuesto, no es mía, sino de Michael Shellenberger, uno de los primeros ecologistas americanos, que, harto de las predicciones exageradas y del miedo que producen, lo expone en su libro ‘No hay apocalipsis’. Porque lo peor que hay es tener miedo y nosotros, nuestra sociedad, con los discursos que escuchamos a todas horas y en todos los medios, estamos aterrados.

Occidente sólo se preocupa de sí mismo. Los demás, el resto del mundo, son carne de cañón. A un occidental, lo que pase en la República Democrática del Congo se la suda. Allí puede haber sequías, infecciones de VIH que afecten a un tercio de su población, hambre y guerra. Nos da lo mismo... Como nos da lo mismo que los judíos ataquen un edificio dónde viven civiles para asesinar a un dirigente palestino y la palmen, además del propio, veinte personas que no tienen culpa de nada, sólo de estar en el momento equivocado en el sitio equivocado. O que se carguen al número dos del Estado Islámico con una bomba guiada. Esto, si lo hacen los rusos o los chinos, sería criticado por todos los medios sin reparar en adjetivos calificativos. Pero si lo hacemos nosotros, está bien. No era de los nuestros, no era nuestro ‘hijo de puta’. Uno está harto de la doble vara de medir. Putin es un psicópata pero Biden es un ‘viejo entrañable’ que no puede causar ningún mal a nadie. Todos sabemos que no es verdad, sabemos que nos mienten, que nos manipulan para que todos sigamos un pensamiento único; el de la élite, el de los plutócratas, el de los imperialistas. Somos como una plaga de langostas que atacan un campo: lo comen entero y, cuando acaban, van a zamparse el siguiente. Todo sea por la democracia, por los derechos humanos, por la libertad, por la igualdad y por la fraternidad. O sea, un cuento. Salud y anarquía.
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