El Zohar, el libro del esplendor

Una profesora de la Universidad de Jerusalén desvelará a Jean Louis qué objetos de San Isidoro viajaron a Berlín con el escritor leonés en 1844 y algunos detalles de la mística hebrea

Rubén G. Robles
10/08/2020
 Actualizado a 10/08/2020
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–En realidad son dos copas de ónix, una gema mística asociada a quienes nacen en diciembre y que según leyendas grecolatinas poseía propiedades curativas y profilácticas, como las palabras y los conocimientos de aquel hombre llamado Jesús.
–Parece que todo quiere coincidir -no esperaba obtener tantas cosas de este encuentro, se confesaba a sí mismo Jean Louis.
–Su escritor romántico no apareció en la corte de Prusia de mediados del siglo XIX por casualidad, ni siquiera para restablecer relaciones diplomáticas con el país o sus dirigentes. Es cierto que a Heinrich, su Enrique Gil y Carrasco, el geógrafo y naturalista alemán Humboldt, le animó a que escribiera algunas de sus impresiones sobre el Zollverein y la industria del país, cosa que hizo con ayuda de las notas de su viaje de incorporación a su puesto en Berlín. Tampoco fueron esas notas o la descripción de la industria del país las principales causas de que apareciera en tierras alemanas.

Jean Louis tenía todos los sentidos puestos sobre lo que le decía aquella mujer.
–Aquellos objetos, la corona de hierro, la ampolla de cristal, las copas y el libro del Zohar,  estaban entre su equipaje. No los eligió él, el gobierno español de González Bravo recibió una petición formal del monarca de Prusia, maestre supremo de la masonería europea y desde Madrid se realizaron las gestiones para saber si era cierta la existencia de aquello que se pedía. Las Comisiones de Monumentos, creadas para reunir obras de arte del pasado con las que poder formar la colección del Museo Arqueológico Nacional de Madrid, fueron la excusa perfecta para la búsqueda de lo que se le pedía al gobierno español desde Prusia.
–Eso explica muchas de las cosas –dijo Jean Louis.
–En el ámbito nacional se quitó importancia a aquellas pequeñas obras que tantos beneficios iban a reportar a las relaciones recién restablecidas con una de las mayores potencias industriales de la Europa de la época, gobernada desde 1840 por Federico Guillermo IV, gran maestre de la masonería al que los masones debían obedecer.
–Entiendo.
–El gobierno español hizo que se enviara a un escritor como diplomático. Enrique Gil y Carrasco se convirtió en máximo representante de la misión porque su capacidad para albergar algún recelo sobre la verdadera finalidad estratégica y económica de su misión era mínima. Se cobraron, el gobierno español, aquellas piezas, a un precio elevado aunque desconocido. Y se esperaba a cambio de aquellos objetos, cuya verdadera trascendencia no era conocida por las autoridades españolas, una asistencia prusiana en la modernización de la industria española, modernización y asistencia que nunca se produjeron.
–¿Y por qué aquel escritor?
–Uno de los objetos que viajó con Gil y Carrasco a Berlín era un libro conocido por algunos como la Biblia de los cabalistas, el Zohar, el libro del resplandor, compuesto en el siglo XIII por un escritor judío, Moisés de León. El autor de aquel libro realizó una lectura numérica y simbólica de la Torah, una lectura que atribuyó al maestro, al rabino judío del siglo II Simeón Ben Yohai y que los masones están obligados a leer y entender. Por eso fue elegido Enrique Gil.
–¿Hay entonces criptojudaísmo en la masonería?
–Sí. Mosé Sem Tob, el autor del Zohar que Federico de Prusia, maestre de la masonería europea, aspiraba a poseer, había nacido en León en torno al año 1240. Había recibido una formación en literatura rabínica, madrásica y talmúdica y los masones lo veneran. ¿Ha leído su obra, le conoce?
Jean Louis negó con la cabeza.
–¿Y dónde reside su relevancia, la relevancia de Mosé y del Zohar?
–Mosé cultivó la Cábala Profética, la Kabalah Nevuit, o cábala extática, la que entiende la experiencia mística como una profecía y la Cábala de los Nombres o Kabalah Hashemot que permite al místico penetrar en los estratos más profundos de la escrituras  mediante una técnica que consiste en asignar cifras a  las letras para alcanzar a través de su combinación una experiencia mística. Esta última cábala permite llegar y conducir a otros al éxtasis a través de los valores numéricos de las palabras. Entonces el libro es como un recipiente de vidrio en cuyo interior reside una palabra terapéutica, un principio, un aleph.

Aunque trataba de seguir toda aquella enorme cantidad de datos transformada en sabiduría, le resultaba casi imposible entender más allá de las fechas y nombres. No era un experto en autores hebreos ni en mística judaica.
–¿Le interesa lo que le estoy contando? –le preguntó Margalit.
–Entiendo que es necesario todo cuanto me cuenta para llegar a comprender el enorme laberinto de lugares, personajes y fechas en el que me encuentro.
–Permítame continuar, ya pronto acabo. La primera cábala, la Nevuit, la extática, es de origen sefardí y fue cultivada por los judíos durante varias generaciones anteriores a Abulafia. La segunda, la Hashemot, la de los nombres y números, fue expuesta por primera vez de un modo elaborado en el ambiente Ashkenazi Jasidim o Hassidim de los siglos XII y XIII, judíos conversos de Europa central, asentados en Alemania, Francia y Bohemia considerados impuros por los judíos de origen sefardí. Sin relación alguna con la interpretación alegórica sefardí, los pietistas judío-alemanes ashkenazíes describieron varios métodos complejos que podían ser utilizados para comprender los significados ocultos en la Torah, distintos a los de la mística sefardí. Fueron dos formas distintas de entender el mundo y la vida, enraizadas ambas en sectas hebreas del pasado. Los sefardíes, en la secta de los saduceos, la élite aristocrática judía, que no dudaban en hacer ostentación a través de objetos suntuarios de su aceptación de ciertos modelos sociales helenísticos; y los Ashkenazíes Hassidim en la secta de los espiritualistas fariseos, más ascéticos.
–¿Y dónde se pueda encajar el libro del Zohar y el hecho de que aparezca en manos de Enrique Gil y Carrasco en el momento de ir a Prusia?
–El libro del Zohar, pseudoepigrafía que Mosé atribuyó a Simeón ben Yojai  para facilitar la difusión de la obra, narra el camino hacia la adquisición de la sabiduría mediante la superación de diez escalones o dificultades, los sefirots , diez conocimientos adquiridos a través de experiencias vitales convertidas mediante el ejercicio de la meditación en un potentísimo analgésico que adquiere capacidades curativas por su poder de penetración e interiorización que el iniciado transforma en palabras, su sonido y pronunciación.
–¿Y el libro que llevó consigo Enrique Gil y Carrasco era el original?
–El libro que viajó a Prusia se trataba del ejemplar que el propio Mosé Sem Tob había escrito en la judería de la ciudad de León. Estoy segura de que usted habrá oído hablar del poder curativo de la mente cuando segrega endorfinas, un analgésico natural, un opioide orgánico  potentísimo, mejor que cualquier otra medicina, el libro encerraba los secretos, como una esfera de cristal, del valor de la palabra que cada uno de nosotros lleva en su interior..
–Había escuchado algo sobre el poder de la meditación en la ayuda a prevenir enfermedades, pero nunca llegué a pensar que fuera cierto que nuestro organismo, a través del cerebro, tuviera toda esa farmacopea obtenida gracias a la meditación. Debo admitir que conozco y he leído algunos textos de los escritores judíos que ha citado, más por curiosidad que por pragmatismo, en cambio, no sé en realidad hacia dónde van a dirigirme todas estas historias que me están entregando.
–Mi misión consiste, señor Lecomte, en entregarle una historia, que es una parte del todo. Pero aún no he terminado.
–Continúe, por favor.
–Los Ashkenazíes Hassidim, herederos de los fariseos evolucionaron hacia la cábala teosófica. Concebían la creación como arquitectura divina a través de la cual el hombre adquiere conocimiento de la existencia de Dios. Dios se expande fuera de sí y trae un mundo, un mundo creado a través de su propia extensión, que es por su fragilidad, como un recipiente de vidrio, que se mantiene gracias a la unidad transparente e invisible de sus componentes. Y a través de la manifestación del mundo y de su belleza el hombre puede conocer a dios, o romperlo si sucumbe al maligno.
–Una visión alucinante.
–Sin embargo, habían prometido la destrucción del mundo conocido, pues eran herederos de los fariseos, de los Hassidim, de aquellos judíos que hacían una interpretación exacta de la ley y las tradiciones, que mostraban una gran piedad y rectitud moral y que afirmaban que era necesario destruir el mundo para regresar al primer sefirot, el principio, al aleph, encerrado en una ampolla de vidrio, como palabra que cura, pero que puede ser palabra que destruye también.
En sus ojos brillaban las luces de la bahía que comenzaban a encenderse por las orillas del Atlántico.
–Para los Hassidim era necesario entonces destruir el mundo, someter el mundo a destrucción, para así poder contemplar la creación sin el obstáculo del artificio. Y añadían a la complejidad de sus ideas la posibilidad de encontrar a dios en el caos, en la unidad y fragilidad de aquel recipiente de vidrio, en su belleza transparente, pero también en su rotura.
–Le sigo –dijo Jean Louis.
–El caos, creían, era necesario para obtener una idea más perfecta del mundo.  Así pues, aquel recipiente de vidrio era una metáfora de las ideas de la cábala y de la imagen del mundo, frágil y perfecta, pero que se podía romper.
–¿Le recuerda en algo al relato de su escritor?
–Sí, claro.


En la entrega de mañana el investigador francés, Jean Louis Lecomte, deberá ascender los diez sefirá, los diez peldaños del conocimiento, si quiere avanzar y descubrir la verdad
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