El valor documental de una obra pictórica

Petra Hernández mantuvo una labor callada y todavía sigue pendiente la catalogación de su obra

Mercedes G. Rojo
18/09/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Vista parcial de 'Caño Badillo' y la artista posando con un retrato de la exposición ‘En la luz del tiempo’. | L.N.C.
Vista parcial de 'Caño Badillo' y la artista posando con un retrato de la exposición ‘En la luz del tiempo’. | L.N.C.
Hay personas que pasan por la vida de alguien dejando una huella indeleble. Así me ocurrió a mí con Petra Hernández (1926-2014), esa callada pintora que —tras alcanzar el gran sueño de su vida, estudiar Bellas Artes en Madrid y poder vivir de su trabajo en una época llena de sombras, donde el machismo imperaba impidiendo alcanzar a las mujeres muchas metas— volvió a León, donde compartió pintura y vida, primero con su compañero Modesto Llamas y más tarde con sus propias hijas de las que Olga siguió su misma senda artística. Su carácter firme y seguro la llevó a luchar con gran tesón y entereza hasta conseguir no solo licenciarse sino a alcanzar con gran éxito varias cátedras de las que se quedaría con la de la Normal de León, dedicándose con gran entrega a la docencia, que puso por delante de su propia carrera como pintora. Y hablo de callada porque a pesar de que los pinceles la acompañaron siempre, a pesar de las exposiciones que compartió con otros compañeros de disciplina (solo una monográfica he podido documentar: ‘En la luz del tiempo’, León, 2002), es muy difícil encontrar reseñas de su trabajo, siguiendo pendiente una labor de catalogación de su obra que nos dé cumplida cuenta de su auténtica trayectoria como pintora.

Abundan en ella los elementos paisajísticos; pero no los paisajes abiertos, generales o grandilocuentes, sino más bien esos pequeños detalles que a muchos les pasarían desapercibidos Cuando hablamos de Petra Hernández es inevitable hablar de su faceta docente, y es que ella —que se consideró alumna del "Maestro" refiriéndose así a "don Demetrio Monteserín" en una foto que conservaba posando junto a él y otros compañeros en una exposición en la Sala de Exposiciones de la Diputación Provincial de León ,y comentada de su puño y letra en el reverso, allá por 1946—, fue durante varias generaciones iniciadora e incitadora artística de quienes serían sus alumnos en la Normal de León, futuros maestros en quienes trataba de inculcar la necesidad y la importancia de iniciar/se en el arte desde las más tempranas edades (materia tan relegada por los actuales planes de estudio) porque sin duda éste es "manifestación de la capacidad creativa de todo ser humano, en constante búsqueda de lenguajes con los que transmitir sensaciones, emociones e, incluso, conocimiento". Y allí es donde yo la conocí, en mis tiempos de estudiante de Magisterio, cuyas clases lograron reconciliarme con la práctica artística ante la que durante un tiempo llegué a sentirme frustrada, pero sobre todo en las que aprendí a disfrutar del mismo, a adquirir paciencia para su práctica y, especialmente, a descubrir (algo muy importante en estos tiempos en que muchos llegan, copian y ya se creen artistas) que una cosa es adquirir una cierta habilidad y otra traspasar esa línea en la que dicha destreza es capaz de dar un paso más allá para convertirse en arte.

Centrándonos en su obra pictórica, impregnada de un realismo lleno de luz, de pincelada suelta, aunque nos presenta algunos retratos realizados con verdadera maestría, hay que destacar que abundan en ella los elementos paisajísticos; pero no los paisajes abiertos, generales o grandilocuentes, sino más bien esos pequeños detalles que a muchos les pasarían desapercibidos si no hubieran sido captados por el ojo de quien los retrata. Enamorada de los lugares singulares que se empeña en rescatar para el recuerdo, se convierte en una pintora costumbrista considerada como la mejor pintora de los más bellos rincones de León: rincones a veces escondidos, rescatados por su mirada de mujer curiosa e inquieta, que nos muestran la cotidianeidad, el deterioro, la huella del paso del tiempo. Rincones de la ciudad, pero rincones también de los pueblos que recorre al lado de su buena amiga la etnógrafa Concha Casado, de cuyos viajes en común nos quedan magníficos cuadros –verdaderos documentos etnográficos– de una Cabrera, de unos pueblos de adobe, que ya solo quedan en el recuerdo de los más viejos, en antiguas fotografías y en los inigualables lienzos de Petra Hernández. Y es que podríamos decir que lo que hoy capta la fotografía de ciertos artistas de la cámara que se entretienen en los más mínimos detalles de un paisaje genérico, en su momento lo captaban los pinceles de esta gran mujer que nos ofreció su particular visión de una ciudad y una provincia en evolución, que queda recogida en su amplia colección de trabajos. Por todo ello, concluiré diciendo que la obra de Petra Hernández debería ser hoy reclamada como un auténtico documento gráfico del pasado y de la evolución de una provincia, la nuestra, en el que el valor artístico de cada obra vienen a aumentar, aún más si cabe, el carácter documental de cada pieza. Esperamos que algún día se consiga.
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