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El partido de la vida

01/10/2022
 Actualizado a 01/10/2022
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El deporte nos regala la oportunidad de vivir sensaciones únicas y lecciones de vida de gran utilidad. Aunque existen energúmenos que en ocasiones lo utilizan como una excusa para sacar lo peor de la esencia humana, sus efectos positivos ejercen una abrumadora supremacía sobre los negativos. La sociedad en su conjunto y los individuos a nivel particular tenemos en el deporte un espejo donde mirarnos para ser mejores personas o al menos intentarlo.

Ha pasado ya una semana desde que sucediera uno de esos momentos que quedarán para la historia del deporte. Me refiero al último partido del suizo Roger Federer. Aunque ciertamente, el partido en sí y el resultado final fue lo de menos. Lo verdaderamente importante son los valores que ese encuentro nos regaló. Los protagonistas, ya lo saben, el propio Federer y nuestro compatriota Rafa Nadal. Su historia de sacrificio, superación, rivalidad, respeto y compañerismo debería ocupar siempre un espacio imborrable, no sólo en el libro de la historia del deporte, sino también en el de la vida de una sociedad que aspira a un mundo mejor.

Por mucho que ambos protagonistas rompieran a llorar al finalizar el partido, no se me ocurre mejor final feliz a una historia de leyenda. Abstraigámonos de los títulos conseguidos por ambos, de los vítores que han recibido por todo el mundo, de sus partidos históricos que serán recordados para siempre. En definitiva, fijémonos más allá de la esfera estrictamente deportiva y vayamos más allá, donde se encuentran los fundamentos y valores claves en los que se debería sustentar una sociedad que aspire a ser casi perfecta.

La Laver Cup 2022 fue el escenario de la mejor paradoja posible. Dos rivales acérrimos jugando juntos en la despedida de uno de ellos. No se me ocurre mejor ejemplo de rivalidad bien entendida. Porque no nos equivoquemos, aunque cierto buenismo pretenda desterrar la idea de fijarse en el que es mejor que tú para superarte a ti mismo, el camino para mejorar pasa inexorablemente por esa senda. Federer y Nadal han conseguido ser tan buenos porque ambos se han retroalimentado. Han luchado día tras día para mejorar y ganar al otro, pero al finalizar sus partidos, hubieran ganado o perdido, inmediatamente han pasado a ser de nuevo compañeros de un deporte como el tenis y de la vida misma.

Su ejemplo está ahí, ahora sólo hace falta esforzarnos por emularles tanto a nivel individual como colectivo. Ojalá que nuestros políticos fueran capaces de entender la rivalidad como Federer y Nadal, les iría mejor a ellos y lo más importante, a nosotros también.
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