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El Padre Isla y los terremotos

19/03/2023
 Actualizado a 19/03/2023
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Raro es el año sin un terremoto devastador. Aun siendo el de Lisboa del 1 de noviembre de 1755 el que más pánico le causó, no fue el único seísmo vivido por el P. Isla. Cinco años después, la víspera de Navidad de 1760, da cuenta de un temblor de tierra cuyo epicentro estaría probablemente en Galicia. Lo describe en una carta dirigida a su hermana Francisca desde Santiago con cierta aflicción, sin duda por el temblor de las paredes, pues «cuando bailan las casas no están para bailar los vecinos». Un año después, el 31 de mayo de 1761, en epístola al general de los jesuitas P. Nieto, dice que a las once y tres cuartos de la mañana se sintió en Pontevedra un furioso terremoto cuya violencia y duración fue inferior al famoso del día de Todos los Santos. No obstante, a pesar de su benignidad respecto al de Lisboa, confiesa que le causó «cuatro días de calenturas y ocho de cama». Los terremotos acompañaron al P. Isla incluso en su destierro italiano. En 1780, poco antes de morir, escribe a su hermana desde Bolonia: «Que ya va para dos meses que los terremotos no me han asustado».

El terremoto de Lisboa de 1755 lo sufrió el P. Isla recién llegado al internado jesuita de Villagarcía de Campos (Valladolid), porque al segundo día de su llegada escribe a su hermana: «Tuvimos todos de vernos en un instante, vivos, muertos y enterrados por el horrible terremoto que nos asustó en el día de Todos los Santos. Serenose ya el tiempo, pero no se han serenado los ánimos, y la mayor turbación del mío no es ya por lo que sucedió aquí, pues aun cuando sucedió, no la tuve; que de estos privilegios gozamos mucho los tontos, sino porque no sé lo que habrá sucedido en otras partes, y no me libraré de ella hasta recibir cartas nuevas».

Ya más relajado, y con la socarronería que le caracterizaba, el jesuita leonés da cuenta de este seísmo en otra carta ahora dirigida al P. Nieto: «A propósito del terremoto, una vieja de este país ha publicado que lo causó un teatino (jesuita) que está debajo tierra. Si un teatino debajo tierra alborota el mundo y lo trastorna, ¿qué sería capaz de hacer sobre ella? Si hundir teatinos causa terremotos, sorbe palacios, arruina cortes, ¿no será mejor elevarlos?».

El 17 de enero de 1756, esto es, dos meses y medio después del terremoto de Lisboa, el P. Isla escribe desde Villagarcía a su amigo portugués José Mascarenhas Coelho Pacheco Pereira de Melo, felicitándose de que hubiera salido indemne, tanto él como su familia y pertenencias. Por lo que a él mismo concierne, escribe: «Estas especies hicieron de mí tan profunda impresión, que no he tenido instante de gusto ni de salud, y aún acabo de salir de la cama».

El P. Isla resalta el efecto de los seísmos sobre los ricos porque son los que más pierden: «Se me representan tantas familias (...) que a las diez de la mañana del día 1 de noviembre tenían vajillas de plata y oro, muebles, provisiones, dispensas abastecidas, cocinas en que estarían disponiendo banquetes ostentosos, y a las doce de aquel mismo día no tenían un pan que comer, ni un miserable plato de barro en qué servirse, ni una choza en qué recogerse, ni una camisa en qué mudarse, ni un triste jergón para dormir, siendo lo más, que ni el hijo sabía si tenía padre, ni el padre si tenía hijos, ni la casada si estaba viuda; y cuando por la noche los que estaban vivos echaron de menos a los que estaban muertos, ¡qué llantos!, ¡qué alaridos!, ¡qué desconsuelos!. Sin haber uno que consolase a otro, porque no se encontraría ni uno solo que no necesitase él mismo de ser consolado».
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