El otro tesoro de Peñalba, el ajedrez más antiguo de Europa

Los bolos de San Genadio son cuatro piezas de ajedrez del siglo IX que se guardaban en la iglesia de Santiago de Peñalba y consideradas, más bien documentadas, como las más antiguas de Europa, traídas seguramente por los árabes

Fulgencio Fernández
08/05/2022
 Actualizado a 08/05/2022
Los llamados bolos del santo, de hueso, son dos torres, una partida por la mitad, un alfil al que han amputado parte de la base y un caballo. | MIGUEL ÁNGEL NEPOMUCENO
Los llamados bolos del santo, de hueso, son dos torres, una partida por la mitad, un alfil al que han amputado parte de la base y un caballo. | MIGUEL ÁNGEL NEPOMUCENO
Circulaban por las páginas de diferentes libros dedicados a Peñalba, con categoría de anécdota casi siempre, la existencia en el Valle del Silencio, vinculadas a la iglesia de Santiago de Peñalba, de lo que se solía llamar «los bolos del Santo» o «los bolos de San Genadio» y que eran cuatro piezas de ajedrez, a veces descritas con errores sobre qué piezas eran.

En 2018 el gran especialista de la prensa española en ajedrez, Leontxo García, publicó en El País coincidiendo con el Magistral de León un artículo titulado «Un tesoro histórico ignorado del siglo IX o por qué el ajedrez debería ser Marca España» en el que subtitulaba «Las piezas de San Genadio demuestran que los árabes trajeron el ajedrez a la Península en el VIII». Tuvo evidente repercusión este trabajo en el que se contaba «el ajedrez era una magnífica herramienta para la buena convivencia de musulmanes, judíos y cristianos. Las piezas de San Genadio indican que eso ocurrió desde el principio: los monjes mozárabes (cristianos residentes en zonas ocupadas por los musulmanes) las copiaron y se las llevaron consigo cuando decidieron emigrar hacia el norte. Además, el ajedrez encajaba muy bien con la ascética vida de los eremitas».

Pero tratándose de ajedrez, desu historia y de León era impensable que no hubiera indagado en este hallazgo el leonés Miguel Ángel Nepomuceno. Y lo había hecho, en profundidad, en dos preciosos y documentados artículos contaba en 2020, en la Revista XL Semanal su larga búsqueda de estas «reliquias genadianas, a las que llamaban cariñosamente ‘los bolos del santo’ por la forma enhiesta de las figuras, que se asemejaban a los tradicionales trozos de madera alargada con base plana que se utilizan para este juego (los bolos)».

Ya en el lejano 1958 comenzaron sus viajes, entonces penosos desde León (8 horas), su búsqueda, pero quien conoce a Nepomuceno sabe que no se rinde, pese a temer que hubieran sufrido algún expolio como otros que recordaba en sus artículos. Recuerda a los autores que citan estos bolos —de Gil y Carrasco a Gómez Moreno pasando por Quintana Prieto o José María Luengo— corrige algunos errores de quienes no están en los secretos del ajedrez y tras preguntar, casa por casa, por aquellos pueblos hasta dar con Don Carlos, el párroco, que le lleva ante las piezas con una sorprendente declaración: «Llevo treinta y cinco años de párroco de estos pueblos, y en concreto en Peñalba, y nadie, excepto tú, se ha interesado por ellas. Vamos a verlas». Y fueron: «don Carlos abre un gran cajón de madera y nos muestra un cofrecito de nogal policromado en el que se alineaban perfectamente colocadas las cuatro piezas del santo. Las tomo con veneración y las voy colocando despacio sobre el altar mayor de la iglesia».

Comprueba además que son de hueso, no de marfil, y documenta que son exactamente «dos torres, una de ellas partida por la mitad, como cortada, un alfil al que han amputado parte de la base y un caballo».

Nadie puede dudar que Peñalba es un cofre de sorpresas. Y bolos.
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