El optimismo es la máscara del cinismo

Pedro Ludena comenta la película 'El triángulo de la tristeza de Ruben Östlund

Pedro Ludena
03/03/2023
 Actualizado a 03/03/2023
Una imagen de la comedia dramática de Ruben Östlund ‘El triángulo de la tristeza’.
Una imagen de la comedia dramática de Ruben Östlund ‘El triángulo de la tristeza’.
‘El triángulo de la tristeza’
Director: Ruben Östlund.
 Intérpretes: Charibi Dean, Harris Dickinson, Dolly de León, Woody Harrelson.
Género: Comedia / Drama.
Duración: 140 minutos.

Con su ‘Triángulo de la tristeza’, Ruben Östlund vuelve a tocar, y esta vez hundir, la sociedad actual, con una sátira mordaz y cómica que, en espíritu y forma de la figura geométrica, se divide en tres partes bien diferenciadas, elevándose hasta alcanzar su punto álgido en un desbocado y desternillante segundo acto, solo para volver a sumergirse en un tercero más corriente de lo que la cinta merecía.

El director sueco no es ajeno a la crítica social, un tema que ya abordaba en 2017 con su celebrada ‘The Square’, que se alzó con la Palma de Oro en el Festival de Cannes en la edición de aquel año, galardón que ha renovado con ‘El triángulo de la tristeza’, una hazaña al alcance de un selecto grupo de diez directores a lo largo de la historia, integrado por nombres como los de Michael Haneke o Francis Ford Coppola. Ambas obras ahondan en la podredumbre de la estructura social actual, algo aún más evidente en este último trabajo, donde buena parte de la acción transcurre en un yate de lujo, que hace las veces de maqueta a escala del sistema de clases, donde los ricos y poderosos están viviendo su mejor vida en cubierta, totalmente ajenos a las penurias de la tripulación en las bodegas.

Como reconoce el propio Östlund en una entrevista concedida a ‘El Español’, su meta es encontrar con su cine el equilibrio entre popularidad y reflexión, combinando el entretenimiento del cine americano con las cavilaciones propias del europeo. Se podría decir que, a grandes rasgos, consigue su doble objetivo, porque, a pesar de que sus trabajos distan del éxito y la simpleza de las grandes producciones norteamericanas, también de ser aburridos e inaccesibles para una mayoría de la audiencia como acostumbra gran parte del cine de autor europeo. A base de un guion hilarante, que esconde de manera ingeniosa cuestiones políticas y éticas universales, un ritmo dinámico y un par de caras conocidas de Hollywood en cada producción, en esta ocasión casteando a Woody Harrelson (‘True Detective’) como el irreverente capitán del navío; Östlund sintetiza temas complejos y acuciantes cuya atención corre el riesgo de quedar reservada a un nicho de ilustrados que ya se saben la lección de memoria, bien porque la comprenden o bien porque la perpetúan, permaneciendo ignorada por aquellos a los que especialmente va dirigida la película: el gran público. Sin embargo, irónicamente, el tratar de darlo todo tan masticado es posible que a más de uno se le atragante, dado que el relato deja poco o ningún margen a la interpretación, recurriendo a metáforas totalmente transparentes, que prácticamente todo el mundo puede entender, pero que pueden acabar recalando demasiado en la obviedad.

‘El triángulo de la tristeza’ va más allá de deconstruir la sociedad actual, destruyéndola hasta sus cimientos y eliminando los roles típicos de ricos y pobres. Solo para exponer como aun invirtiendo la jerarquía de poder, esta sigue padeciendo los mismos vicios. Porque, a juicio de la cinta, el problema no es el sistema clasista y capitalista y/o comunista, sino la propia condición humana. Desde una perspectiva de marcado carácter nihilista, Ruben Östlund desenmascara al hombre, revelando la bestia que hay debajo de todos nosotros, movida por las necesidades más primitivas y egoístas. Análogamente a cómo, en un momento dado, el capitán del barco se refiere a la filantropía como una invención de los ricos para taparse los ojos ante la pobreza, pero sin resolverla, la humanidad no es más que otra ficción, una frágil barrera construida sobre unos principios y valores ideados de motu propio, que nos separa de los animales, pero que es incapaz de borrar nuestros instintos comunes. Como reza el lema repetido varias veces a lo largo del metraje: ‘Todos somos iguales’, una burla tan irónica como cierta, porque en el fondo, independientemente de la riqueza o la posición de cada uno, las personas somos poco más que alimañas reprimidas. La riqueza o la clase social tan solo son circunstancias autoimpuestas que limitan, o permiten, nuestros deseos más primarios. La sociedad, como ilustra la película, no es más que un barco que flota sobre el mar indómito que es la naturaleza humana. El problema es que los que están en la bodega son los primeros en ahogarse.
En sus casi dos horas y media de duración, la cinta destapa las bajezas más íntimas del ser humano y como todo desnudo producirá reacciones diversas en los espectadores, que pueden ir del disfrute más culposo a la repulsión más justificada. Esta exhibición de lo grotesco de nuestro ser alcanza su clímax en el segundo acto de ‘El triángulo de la tristeza’, donde los más distinguidos de a bordo participan en una de las escenas más nauseabundas y divertidas sin complejos que haya visto. Con un humor tan simple y burdo como el de un chiste de pedos, pero que consigue exactamente lo que se propone: rebajar a los personajes al mismo nivel de vulgaridad que la propia comedia plasmada en pantalla.

Lamentablemente, y siguiendo su estructura triangular, la tercera parte de la película decae hasta resultar un tanto anodina y excesivamente larga. La intención de la división en tres capítulos está clara: uno inicial para sentar las bases de lo fútil de las vidas de clase alta, uno posterior para arrasar dicho sistema de clases y una última para probar como, a pesar de renacer de sus cenizas, la sociedad está condenada en cualquiera de sus formas. Sobre el papel, el argumento es redondo, pero pierde fuerza una vez que todo el pescado está vendido a medio camino del final, sintiéndose como un paso atrás en el ritmo y el espectáculo con los que venía deleitándonos la historia. Su compromiso con su mensaje es una decisión valiente y respetable, pero nos priva de pasárnosla riendo de principio a fin.

‘El triángulo de la tristeza’ es un corte de mangas al cinismo del mundo entero. Una parodia irredente y misántropa que no consigue terminar en una nota tan alta como la que logra en su ecuador, pero que aún deja un buen sabor de boca a todo aquel que consiga verla sin vomitar.
Lo más leído