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El nombre de las calles

José Luis Gavilanes Laso
06/08/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Las personas de mi generación podemos sentirnos dichosas y afortunadas por no haber padecido los horrores de una guerra ni estar envueltas en el dilema de las dos Españas. Y probablemente desaparezcamos de este mundo sin que nos afecte ninguna otra fractura global o fratricida, aunque quienes nos sucedan, para su desgracia, para el país o para el mundo, tal vez no puedan decir lo mismo. Dios, si está de su mano, no lo quiera. Malhadados tiempos en los que no cabe o te hace irrelevante e inseguro una tercera España.

Y es que el territorio hispano se ha visto sacudido desde el pretérito a la actualidad por dicotomías sangrientas como las de moros y cristianos, austrias y borbones, absolutistas y liberales, cristinos y carlistas, republicanos y nacionales. Los vencedores han impuesto su credo, ideología, leyes, etc. a los vencidos. Y también en pueblos, calles, plazas o avenidas el nombre de sus héroes, caudillos o mártires.

La última gran contienda civil, cuya ferocidad nada tiene que envidiar a las anteriores, no ha sido una excepción; es más, sin dudar la que más profusión ha hecho en cambiar los nombres de las calles y plazas de las ciudades, algunas de ellas ya mudadas anteriormente en su denominación con el advenimiento de la segunda República. En León, concretamente en plena Guerra Civil, el 24 de noviembre de 1936 –según la prensa local que recoge Victoriano Crémer en su libro ‘El Libro de San Marcos’ (p. 222)–y en sesión vespertina del Ayuntamiento presidida por el entonces alcalde, el señor González Luaces, con la asistencia de los gestores: De Paz, Regueral, Albertos, Eguigaray, Egua, Arteaga, Escudero, SánchezParada y Alonso, se reunió una sesión ordinaria de la Comisión Gestora Municipal. En ella se aprobó el cambio de nombres de las siguientes calles: Calle del Teatro, a la de Juan Nuevo; Calle de la Rúa, a la del Capitán Galán; Calle Nueva, a la de García Hernández; Plaza de Santo Domingo, a la de Plaza de la Libertad; Avda, del General Sanjurjo, a la del 14 de Abril; Plaza de Calvo Sotelo, a la de Plaza de la República; Avda de José Antonio Primo de Rivera, a la Avda, de Pablo Iglesias; Avda del 18 de julio, a la Avda, del 1 de mayo; Paseo de la Lealtad, a la Avda. de Castro Girona; Avda, de Roma a la de Calle de Méjico. En la relación apuntada por Crémer no figuran cambios, entre otros, el de la Calle Ancha por la del Generalísimo o la de Varillas por la de Legión Cóndor, seguramente porque ya se habían aprobado o lo hicieron con poterioridad.

Después, por la década de lo setenta del pasado siglo, con la implantación de la democracia y la Constitución, se cambió de nuevo el nombre de las calles. Algunas retornaron a su nombre primitivo, como la Calle Ancha o la Calle Varillas, y otras a nombres nuevos: Gran Vía de San Marcos, Miguel Castaño, Inmaculada, etc.

Con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la presidencia del Gobierno, se promulgóen el año 2007 una Ley de la Memoria Histórica que, según su artículo 15, obliga a las administraciones públicas: «Tomar medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura».

Generalmente aquellos Ayuntamientos gobernados por el Partido Popular ha mostrado una gran modorra en aplicar determinado artículo, y vamos ya por un sueño demasiado prolongado.

Quien suscribe se ha dirigido como ciudadano por dos veces al Ayuntamiento de León (2012 y 2015) sobre este particular sin haber obtenido respuesta. Hasta que un abogado llamado Eduardo Ranz decidió llevar el asunto a los juzgados y obtener alguna sentencia favorable ante la denuncia de incumplimiento. Parece que eso escoció y se decidió por parte de la corporación municipal a nombrar una comisión de expertos formada por la directora del Archivo Municipal de León, el arqueólogo municipal, y la concejala de Cultura Patrimonio y Turismo.

Sorprende la no inclusión en ella de especialistas de nuestra Universidad en Historia Contemporánea y concretamente sobre la Guerra Civil en León, que haberlos hay.

Ha habido muy poco cuidado a la hora de presentar las 33 placas de calles y plazas que según el artículo 15de la LMH pudieran ser afectadas, resultando un ‘totum revolutum’ en el que figuran nombres tan desvinculados conla Guerra Civil y con la Dictadura franquista como el militar Luis de Sousa, muerto en 1843, o Álvaro López Núñez, cuya avenida se inscribió en 1927, o los Marqueses de San Isidro, por citar los casos más flagrantes.

Tiene razón la comisión de expertos en que, ante los nombres propuestos de eliminación, lo primero que hay que hacer es desempolvar las actas municipales y ver los motivos por los que sus nombres fueron inscritos, y en virtud de ello se pueda decidir. No porque sean de izquierdas o de derechas.

Pero hay casos controvertidos en el sentido de que la razón de su inscripción en el callejero pueda ser por servicios o concesiones hechos a la ciudad en aras de su cargo o potestad; pero que, por otra parte, son personajes que tienen sobre sí un duro papel represor.En cualquier caso, es harto discutible la no eliminación de 20 placas que la comisión de expertos pretende preservar.

Hay cuatro casos que, según la comisión de expertos, se presta a ser sometidos a debate: Alcázar de Toledo, Pilotos Regueral, Alférez Provisional y Carlos Pinilla. Desde mi punto de vista no hay duda, pues su vinculación con la Guerra Civil y la Dictadura es muy estrecha y, en consecuencia, ‘desplacables’. Y lo dice el hijo de un alférez provisional, José Luis Gavilanes Cubero. Estoy seguro de que mi padre, caso de vivir, lo aceptaría.

Si quitar nombres es causa de polémica, no será menos a la hora de inscribir las placas sustitutivas. Y eso porque no existe un claro reglamento que debería elaborarse con urgencia. Como principio, y para lo sucesivo, se debería inscribir en el callejero tan sólo aquellos nombres personales o instituciones que por ser originarios de la capital y provincia, o por tener importancia destacada en bien del país o internacionalmente en sus distintos aspectos puedan ser merecedores de una placa.

De este modo un cambio de régimen, pacífico o revolucionario, no incidiría en absoluto sobre las inscripciones callejeras que se mantendrían tal cual por definitivas.

Y en este capítulo de los nuevos nombres no me canso de insistir (vid. mis solicitudes, al señor alcalde de 2012 y 2015), comparando algunos ya efectivos que rigen nuestras calles infladas de reyes y eclesiásticos con el injusto olvido de un científico como Enrique Salgado Gómez, ilustre humanista y oftalmólogo, cuyos estudios sobre la miopía, especialmente los descubrimientos sobre la microcirculación en la conjuntiva del ojo para detectar enfermedades cardiovasculares, han sido reconocidos internacionalmente. Una persona cuyos ojos vieron en León por primera vez la luz y luego dedicó su vida para que otros muchos ojos pudiesen ver mejor.

¡Que buena contribución a la ciencia, que tan escasa presencia tiene en nuestras calles, sería poner la placa con su nombre en la del Capitán Cortés o en la de Alférez Provisional!
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